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Abracé a Zach con fuerza y no me aparte un solo segundo

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Abracé a Zach con fuerza y no me aparte un solo segundo. Escuchaba los gritos desgarradores en su interior, diciéndome que ya no podía más, que se estaba desmoronando en pedazos y pronto se rendiría.

Lo rodeé con más fuerza y lo pegué a mí, ya no existía distancia entre nosotros, estábamos más unidos que nunca, a tal punto que sentía su dolor invadiéndome, su alma adhiriéndose a la mía mientras su corazón sangraba.

Después de salir de mi última clase busqué a Zach durante un gran rato en cada sitio que él frecuentaba. Unas chicas me dijeron que lo habían visto en el campus y así fue como lo encontré, liberando lo que guardaba para sí mismo, ese dolor que le hería terriblemente y lo destruía lentamente.

Esperaba que nuestro primer abrazo sucediera diferente, en una situación explosiva y romántica, en cambio, sucedió en el momento más frágil y menos esperado.

—Lo he dado todo —dijo entre sollozos aferrándose a mí—. Y me ha hecho daño otra vez. Joder, Mel, me hace tanto daño.

—Tranquilo Zach, nada te hará daño mientras estemos juntos —murmuré y sentí la presión de sus manos en mi cintura.

—¿Cuánto tiempo más tendré que soportar este maldito dolor? —exclamó débilmente con la voz ronca—. No soportaré sentirme así un segundo más, ya no puedo más.

Se apartó ligeramente de mí y apoyó su frente contra la mía. Sus ojos estaban cerrados, sus párpados estaban rojos y un poco hinchados, sus mejillas húmedas por las lágrimas que descendían de sus párpados. Me dolió verlo en ese estado, tan frágil y vulnerable.

Zach tenía roto el corazón y yo no podía hacer nada para remediarlo, no podía unir sus pedazos porque los fragmentos eran diminutos y frágiles, el mínimo movimiento causaría un colapso total.

Coloqué mis manos a ambos lados de su cara y cerré los ojos. Él suspiró al sentir mi contacto y presionó sus dedos sobre los míos. Estaba segura de que respirábamos el mismo aire y compartíamos la misma sintonía.

—Tu corazón está dañado, pero yo te ayudaré a sanar, lo prometo —le hablé con el corazón y percibí el alivio que él sintió al escuchar mis palabras—. Nunca te voy a dejar.

—No deberías hacer esas promesas, Mel —murmuró él sobre mis labios y después sentí el cálido roce de su boca con la mía—. Ven aquí —ordenó demandante y me atrajo hacia su cuerpo con una sola mano mientras con la otra acariciaba mi rostro.

Abrí mis ojos lentamente y los destellos grises de su mirada me capturaron en una especie de hechizo. Él tenía los párpados hinchados y rojos, y aún había rastros de lágrimas en sus mejillas, pero el efecto de su mirada seguía siendo el mismo de siempre, hipnótico y apasionante.

—¿Ya estás mejor? —le pregunté con la voz temblorosa y él lamió sus labios mostrándome su sonrisita burlona.

—Contigo sí, tus besos son mi cura, el mejor de los medicamentos —afirmó él con confianza, comiéndome con la mirada. La picardía en sus ojos me hizo estremecer—. Un antídoto perfecto, ideal y único. Mel, comienzo a creer que eres mi jodida debilidad.

PerdiéndonosWhere stories live. Discover now