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Zach

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Zach

Los rayos del sol entraban a través de las cortinas, iluminando algunas zonas de mi habitación, especialmente la cama. Yo estaba apoyado contra la cabecera de la cama, Mel estaba dormida al lado mío, su cabello castaño cubría gran parte de su cara y se había revuelto de un lado a otro, la luz del día hacía ver su piel aún más pálida de lo normal, y su sudadera cubría las curvas de su cuerpo, ese cuerpo que me volvía loco.

Mis ojos la observaban con cautela y sin darme cuenta comence a recordar cómo se había sentido el roce de mis labios en su piel, en su cuello, en su boca. Las caricias de mis manos en su cuerpo, el calor que quemaba las yemas de mis dedos mientras ella se estremecía con mis besos. Estuve a punto de perder el control, cada parte de mí deseaba explorar hasta el último centímetro de su piel, de su cuerpo, de ella.

«No es un buen momento para fantasear, Zach». «Concéntrate», me dijo mi subconsciente.

Observe como su pecho subía y bajaba cada vez que expulsaba aire y lo volvía a inspirar. Acerqué mi mano a su rostro, acaricié su mejilla suavemente y aparté de su rostro algunos mechones de cabello. Se veía hermosa incluso con el cabello despeinado y el maquillaje corrido bajo sus párpados. Incluso viéndola dormida me perdía en su belleza.

Mel entreabrió sus labios y no pude evitar recordar su suavidad, volvió a mi mente el momento en el que la besé por primera vez en el concierto, nuestros labios encajaron a la perfección, la fricción de su boca sobre la mía fue maravillosa, moría por volver a repetirlo.

Tuve que incorporarme de la cama y alejarme de ella para tranquilizarme. Me tenía mal, me sentía atraído a ella como un imán incapaz de resistirse a una fuerza mucho más poderosa que las leyes de la gravedad.

Caminaba de un lado a otro en la habitación, pasándome las manos por el cabello con frustración. Era casi una tortura tenerla allí en mi cama y no poder decirle lo que sentía.

Negué con la cabeza y me senté en la silla ubicada frente al escritorio, me mordí el labio e intenté sacar a Mel de mi cabeza, aunque sabía que no sería fácil si ella estaba a pocos metros de distancia. Apoyé la cabeza en el respaldo de la silla y miré hacia la ventana, el día era soleado y en poco tiempo los rayos del sol iluminarían la habitación entera.

Hoy me preguntaba mirando hacia el cielo: «¿Dónde estaba ella cuando mi corazón sangraba?, ¿por qué no la conocí antes?, ¿Por qué hasta ahora, Melodie? ¿Por qué esperaste tanto para entrar a mi vida?». «Eras tú a quien estaba esperando, tú eras el antídoto que curaría mis heridas y me ayudaría a reunir mis pedazos rotos. Me reparaste y no sé cómo agradecértelo».

Humedecí mis labios y volví a preguntarle en silencio: «¿Tú me ves en diferentes tonos de gris? Porque cuando yo te miro veo colores, colores que me dan esperanza, que me dan la fuerza suficiente para continuar y dar lo mejor de mí. Mel, eres una estrella que lo ilumina todo, gracias por devolverle la luz a mi vida».

PerdiéndonosWhere stories live. Discover now