26. Jamás seré capaz de olvidarte

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—Abre los ojos y repíteme qué es lo que deseas. Sé más específica esta vez.

Atrapándose el labio inferior, lo hizo. Sus ojos lucían sedientos.

—Esto. A ti.

Descendí un poco. Cuando mi boca alcanzó su destino, delineé el contorno de su pezón con la lengua.

—Más —pedí.

Mis dientes lo mordisquearon al notar la demora en contestar y apreté su otro pecho con la mano. La suya se enredó en mi cabello y se removió bajo mi cuerpo.

—A ti haciendo justo eso —declaró, entrecortada—. A ti cumpliendo lo que dijiste una vez de recorrer mi cuerpo con tus labios... A ti dentro de mí.

En cuestión de segundos, su pantalón desapareció.

La semana pasada me extasié descubriendo cuán sensible eran sus senos al tacto. Por eso, esta vez, le dediqué un tiempo especial a lamerlos, chuparlos y pellizcarlos con más pausa, disfrutando de los gemidos irregulares que intentó acallar apretando los labios. La forma en la lucían al terminar de jugar con ellos: enrojecidos y marcados por mis dedos y boca, casi me hizo mandar todo a la mierda y enterrarme en ella en ese momento.

Con la respiración pesada, me fijé en las bragas negras interponiéndose en mi próximo destino. Agarré la suave tela.

—¿Qué te parece si removemos estas?

—Tú... Tú aún llevas el pantalón.

—¿Me quieres sin él?

—Sí.

—Quítamelo.

Parpadeó varias veces, no esperándoselo. Para permitir que lo hiciera, me puse de pie frente a la cama, divertido. Despacio se incorporó, regalándome una gloriosa vista de sus tetas firmes, cadera estrecha y un sinfín de piel cremosa para tocar. Incliné la cabeza, esperándola.

Sin agregar nada, sus dedos tocaron el elástico de mi pantalón con nerviosismo y comenzaron a bajarlo con lentitud. El calor de su tacto levantó más mi pene. Sus ojos se agrandaron al mirar de cerca la erección que cubría el bóxer según descendía la tela. Impaciente, la ayudé a deshacerme de él cuando alcanzó mis rodillas.

—Recuéstate de nuevo.

Joder, me encendía que obedeciera. Inclinándome sobre ella, le di un corto beso antes de descender lento, besando su abdomen a mi paso. Crucé de largo su pelvis para deleitarme con la piel sedosa de esas largas piernas que ansiaba tener rodeando mi cintura mientras mi pene se perdía en su interior.

Sintiéndola temblar, admiré todo de ella. Toqué, besé y acaricié todo lo que pude, intentando trasmitir la inmensidad de mis sentimientos hacia ella; mi novia, la chica que vi en un bar y no salió de mi mente desde entonces, la que bromeaba con dejarme por ser un mal instructor de esquí, la que me daba cortes de cabello gratis, la que me llevaba sándwiches a más de medianoche, la que regalaba pianos en miniatura.

Volviendo a ascender, la miré a los ojos antes de empezar a deslizar la tela de sus bragas hacia abajo. De manera distraída, su mano cubrió un lado de su cadera izquierda. Arrugué las cejas e hice el amago de quitarla, pero ella mostró resistencia.

—¿Qué pasa?

—Nada.

Esta vez me permitió retirar su palma. Exhalé, tranquilo, al reparar en lo que intentó ocultar; una pequeña sombra rosácea que antes era cubierta por los extremos de su ropa interior. Sin decir algo al respecto, acaricié esa franja de su piel con mi labios. Se estremeció. Algo tan natural no iba a alarmarme.

Un giro inesperadoWhere stories live. Discover now