● | veinte

Depuis le début
                                    

—No pareces tenerle ningún cariño a este lugar —comentó en un tono que pretendía no sonar ofensivo, sino una simple apreciación.

Amos tenía parte de razón: una gran parte de mí no sentía ni un ápice de aprecio por aquel pueblo debido al rechazo generalizado que nos había mostrado a mi familia y a mí durante todos aquellos años. Éramos una de las familias más antiguas en aquel sitio perdido de la mano de las Diosas y eso había ido generando rumores, además de historias, sobre nosotras. Muchos de esos rumores apenas tenía fundamento, sólo una viscosa capa de envidia... o quizá miedo. Y los más crueles provenían de las mujeres, quienes se encargaban de añadir más leña al fuego.

Sin embargo, y por muchos sentimientos contradictorios que pudiera tener respecto a este lugar que había visto nacer a tantas generaciones de Trevellant, sabía que jamás podría abandonarlo.

Jamás podría darle la espalda a mi familia.

—Y, a pesar de ello, no podría marcharme de aquí —confesé en un arranque de sinceridad.

Al contrario que Fantine o Babenne, no podía imaginarme dándole la espalda a Ravenscroft Manor y huyendo a algún lugar lo suficientemente lejos para que nadie reconociera ni mi apellido ni mi rostro.

Advertí un brillo de dolorosa comprensión en los ojos verdes de Amos cuando alcanzamos el tramo iluminado de la calle, como si hubiera sido capaz de leer mis pensamientos; aquello que no había sido capaz de añadir en voz alta porque se trataba de algo demasiado personal respecto a mi familia.

Amos me acompañó en silencio hasta las cancelas de Ravenscroft Manor y vi cómo observaba a la vieja mansión a través de la distancia. No había ninguna luz en su interior y, por su apariencia, podía hacer creer que se trataba de un edificio abandonado... o encantado, lo que no se alejaba mucho de la realidad.

—Nos vemos mañana —a pesar de que intentó sonar como una afirmación contundente, su tono me hizo pensar que se trataba de una pregunta.

—Nos vemos mañana —confirmé.

Esperé hasta que Amos atravesara la puerta antes de liberar mi poder, ordenándole que rastreara cada palmo de la manzana. Buscando cualquier indicio de otra bruja en las cercanías, la misma que había hecho a mi magia reaccionar mientras parecía estar espiándome, amparándose en las sombras de la noche para no verse al descubierto.

Al menos por ojos humanos.

Aguardé con una mano apoyada contra la verja de hierro, a la espera de que recibiera una respuesta por parte del hechizo de rastreo que acababa de lanzar; el corazón empezó a acelerárseme dentro del pecho en aquellos segundos que transcurrieron sin que el hechizo arrojara una sola luz al respecto.

Me tensé cuando creí escuchar un crujido a unos metros de distancia, en aquella zona poco iluminada. Dirigí mis ojos hacia la penumbra, con el vello erizado a causa de aquel extraño sonido, cuando el hechizo de rastreo demostró que no había ni una sola bruja en los alrededores.

Se había desvanecido y el rastro era demasiado débil, lo que delataba que la bruja no había hecho ni un solo hechizo.


El amanecer me encontró con los ojos abiertos, incapaz de poder conciliar el sueño debido a las tétricas pesadillas que me habían asolado desde que lograra colarme de regreso en mi dormitorio. En ellas era perseguida por una sombra, la bruja a la que había sentido tras reunirme con Amos: podía presentirla, pero jamás verla.

Me quedé tendida unos minutos más sobre el colchón, rezando a las Diosas por poder conciliar el sueño; sin embargo, por mucho que rogué para que se me concediera esa pequeña tregua después de aquella turbulenta noche, no tuve esa suerte.

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