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HE IS CAPABLE OF ANYTHING

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La princesa no tuvo tiempo de percatarse de lo que estaba sucediendo. Laverna, la titular y dueña provisoria de sus extremidades, tampoco previó el camelo en el que estaba ahora involucrada.

Desprevenida, no vio el momento que Riddle había alzado su varita a la velocidad de la luz. Una nebulosa de oscuridad y penumbra fue el producto de su extraño encantamiento que desorbitó a los presentes por un segundo. La luminosidad se esfumó para ellos, pero antes de que pudiera la bruja protestar, la luz de las velas y lámparas ya había vuelto. Toda la sala se encontraba bajo las mismas condiciones, salvo que ahora, juntitos y en fila, tres nuevas figuras se materializaron frente a Laverna y su heredero.

Atados de pies y manos, amordazados y desarmados, los tres transferidos de Hogwarts luchaban para librarse de la magia que los contenía. Victoria y Antonio se retorcían como lombrices en la tierra. Walburga y Lucretia apuntaban a ellos por si lograban salir de sus retenciones. Ambos estaban sudados y malheridos en algunas zonas de su piel descubierta. Lucían extremadamente cansados, como si hubieran jugado Waterflame todo el día.

La peor de todos: America. La brasileña también se encontraba lastimada y mal cuidada. Su cuerpo, a diferencia de los otros dos, apenas podía moverse. Sus orbes de Apatita estaban semi cerrados, lágrimas descendiendo por sus mejillas pálidas. El aire apenas podía llegar a ella, como si hubiera algo en sus fosas nasales bloqueándole la entrada de oxígeno. El cerebro lo tenía calcinado, frito de tanta agonía. Sus piernas estaban paralizadas. No tenía la fuerza suficiente para moverla y comprobarlo, simplemente lo sabía, pues el hormigueo comenzó en sus pies y se desplazó hacia arriba, adueñándose de su motricidad. Nadie apuntaba a la pobre vidente. Su cabeza estaba muy ocupada entreviendo miles de visiones al simultáneo, incapaz de coordinar o juntar fuerzas para dar a la fuga.

Las condiciones de los transferidos era deplorable, lastimara incluso. El príncipe bastardo tenía un ojo morado y la ropa sucia,  haraposa, señal de que había estado peleando en la tierra o en un pozo de mugre. Eso explicaba la roña en las prendas costosas de Damon Rosier. Ambos magos habían luchado bajo los torrenciales del cielo español. 

Victoria Percivatti tampoco se entregó sin antes dejar su huella. Pataleó y aporreó al mago secuestrador con todo lo que tenía a su alcance. A simple vista no se la veía tan sangrienta y golpeada como su amigo el ex estudiante de Mahoutokoro. Sin embargo, la punzada y dolorosa molestia en su ingle, sumada a la hinchazón oculta debajo de su vestido, era una clara señal de que se la había desgarrado peleando.

𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐈𝐆𝐇𝐍𝐄𝐒𝐒 | Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora