16. Familia

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A Agoney le fascina y le horroriza en la misma medida la facilidad que tiene Raoul para, nada más cruzar la puerta, fingir que no se ha tirado las últimas dos horas llorando. De hecho, si no lo hubiese visto él mismo con sus propios ojos, no se creería nada. De forma inevitable, se pregunta cuántas veces habrá hecho el pequeño ese mismo teatro para tenerse tan aprendido el papel, originándole una sensación desagradable en la boca del estómago. ¿Cuánto tiempo ha estado ese chico lidiando con todo eso él solo? Bueno, quizás él no sea la persona más indicada para juzgar eso. Aunque bien es cierto que tampoco tenía a nadie con quien hablar hasta hace nada. Pero Raoul, tan rodeado de amigos, tan querido por todo el grupo, conociendo todos los días a tanta gente... ¿cómo ha podido ser tan hermético con todos? Y lo más importante, ¿por qué no lo ha sido con él?

—Ago.

La voz suave, aunque algo ronca aún, del contrario le vuelve a poner los pies sobre la tierra. Con un gesto de cabeza señaliza al rubio que lo está escuchando para que continúe hablando.

—¿Estás bien? —Pregunta con una risita al ser consciente del ensimismamiento del contrario.

—¿Y tú? —Parpadea incrédulo el canario.

—Claro —frunce el ceño el menor, como si no entendiera la preocupación del otro chico.

Y eso a Agoney le hace hervir la sangre. Raoul no puede pretender que, después de haberle oído desgarrarse la garganta y el alma en el baño del plató donde han grabado el videoclip, actúe como si nada. Él no es así, él no descansa hasta que siente que todo está bien, él no va a dejarle vivir en la realidad artificial que el catalán se ha empeñado en crear.

A raíz de la mirada inquisidora que le regala el mayor, Raoul sabe que con él no va a ser tan fácil como de costumbre evitar aquello a lo que aún no se ve capaz de hacer frente. Por suerte, Susana llega a la entrada en ese preciso momento para invitarles a pasar y conocer a Manolo.

El rubio sonríe aliviado, aunque no tarda mucho en borrar el gesto cuando los ojos del canario vuelven a decir más que sus palabras.

"Luego tú y yo vamos a hablar".

Y la verdad es que a Raoul no le apetece nada volver a sacar el tema, pero muy en el fondo, agradece que, por primera vez en mucho tiempo, alguien parezca interesarse de verdad en su bienestar. Así que, sin ninguna objeción, acepta la tregua temporal que le ofrece Agoney y la charla posterior.

Los dos chicos siguen a la madre del catalán por el pasillo de la entrada, uno detrás de otro hasta llegar al salón. Allí un hombre de pelo canoso y un joven de ojos marinos conversan animados mientras esperan su llegada. Al ser plenamente consciente de lo que supone esa cena, Raoul vuelve a tensarse. El isleño se da cuenta, pues ha notado que cuando el guitarrista se encuentra incómodo o en estado de alarma, se encoge sobre sí mismo de forma prácticamente involuntaria, cerrando los hombros hacia delante, como si estuviera protegiendo su corazón de un posible daño por causas externas.

Decide posar una de las manos en su espalda. Acariciando su cuerpo por encima de la tela, intentando transmitir al contrario la tranquilidad que necesita. Le susurra un "está todo bien" con la yema de los dedos y le grita que no está solo en cada apretón que propina a sus hombros para destensarlos.

Raoul se lo agradece posando su mano encima de la contraria cuando cree poder seguir sin el apoyo físico del mayor. Aún con bastante miedo a demostrar más de lo que debería, no es más que un pequeño pellizco el que el catalán deja sobre el dorso de la mano de Agoney. Sin embargo, el batería no necesita más para entender el gesto y, con una sonrisa de alivio, retirar la mano del cuerpo del más bajito.

LAGUNA AZUL (Ragoney)Where stories live. Discover now