12. Ragoney

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El fregadero está a punto de desbordarse a causa de la vajilla utilizada en la cena de la noche anterior. En cualquier otro contexto se quejaría, pero los platos sucios y los cubiertos de más significan que Raoul está en casa de nuevo, así que Susana se limita a sonreír emocionada y resignarse a limpiarlo todo mientras su hijo y Agoney descansan.

Agoney. El segundo motivo por el que Susana está de tan buen humor esa mañana. El joven canario es probablemente el único buen recuerdo que conserva la mujer de la que fue la peor época de su vida y le alegra profundamente saber tanto que está bien como que el chico se acuerda de ella con tanto cariño como el propio.

Una vez ha terminado de fregar, la dueña de la casa se dirige hacia la habitación de su hijo para despertarle y despedirse antes de empezar su itinerario por el barrio y los alrededores para dejar currículums allá donde los acepten. Desde su rehabilitación está más comprometida que nunca con recuperar el papel de madre que debería haber ejercido desde que nació Raoul y pretende conseguirlo.

La sorpresa llega cuando al abrir la puerta del dormitorio del pequeño de la casa, esta se encuentra vacía. Susana vuelve sobre sus pasos preguntándose dónde ha pasado la noche su hijo. No tiene que andar mucho más para descubrirlo.

Una sonrisa se abre paso en su expresión aún a medio despertar al encontrarse al rubio y al moreno profundamente dormidos en el sofá del salón, con la cabeza cada uno en uno de los brazos del mueble y sus pies entrelazados justo en el centro. Supone que se dormirían viendo la televisión y ésta debió apagarse automáticamente al no tener actividad en un largo periodo de tiempo.

Susana sabe, porque conoce de sobra a su hijo y es demasiado pronto para que Raoul lo haya olvidado todo, que la unión de sus pies ha sido obra de la casualidad. Sin embargo, desea de todo corazón que pronto su relación se haga más estrecha, pues nada la haría más feliz que que su hijo y el canario se hicieran amigos.

Sintiéndose incapaz de perturbar la imagen más bonita que ha visto en meses, la mujer escribe una nota a los chicos explicándoles el motivo de su ausencia y sale por la puerta molestándose en hacer el menor ruido posible para no despertarlos.

Ya tendrá tiempo de sobra para estar con ellos otro día.

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Cuando se despierta, el rubio siente un agudo dolor que se extiende desde sus hombros hasta el centro de la espalda. En cuanto parpadea un par de veces y bosteza unas cuantas más, encuentra la explicación lógica. ¿Qué mierdas hace durmiendo en el sofá cuando tiene una cama comodísima a literalmente diecisiete pasos? Sí, Raoul lleva la cuenta de los pasos que le hacen falta para desplazarse de su habitación a cualquier parte de la casa. Pero ese no es el punto, el punto es el crujido con el que su cuello parece estar regañándolo por haberlo maltratado tanto esa noche.

O al menos lo era hasta que cae en lo que hay al otro extremo del sofá. Entonces, el punto pasa a ser el chico moreno que duerme encogido no muy lejos de él. Al guitarrista le cuesta unos segundos más ubicarse y recordar toda la noche anterior. Sigue siendo extraño estar bien con Agoney, pero reconoce que después de aclarar las cosas, la pequeña presión que vivía aferrada a su pecho se ha hecho muy pequeñita, soportable incluso.

No es hasta que pretende levantarse cuando se da cuenta de que sus pies están atrapados bajo los del canario. Su cerebro manda un pequeño toque de atención a su corazón al darse cuenta de que ser consciente de esta información le reconforta más de lo que debería, recordándole que, pese a la clara atracción que siente por ese chico, aún es demasiado pronto para recibir ese tipo de estímulos por su parte. El corazón de Raoul, siempre rebelde, decide ignorar a la parte racional de su cuerpo y dedicarle su próximo latido a los labios entreabiertos del batería y el siguiente al bucle que cae revoltoso por su frente.

LAGUNA AZUL (Ragoney)Where stories live. Discover now