Montalvo

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Como segunda generación de último curso, aquel año agregaron un viaje grupal antes de la graduación para que todos pudiéramos reintegrarnos y ser compañeros, entre comillas.

—Ajá, sí —dijo Diego cuando nos contaron—, como si toda la mierda que nos echaron en el año se nos fuera a quitar en cuatro días.

No lo sabíamos, pero sí estábamos algo emocionados por ir. Sería en una casa de retiro que tenían los sacerdotes amigos de la directiva de nuestro colegio. Lo mejor de aquel viaje era —según nosotros— que nos juntarían a los dos paralelos del bachillerato unificado, lo que significaba que todo el grupo estaría junto allí.

Partimos en la tercera semana de noviembre al viaje. —Yo estaba muy preocupado por mi abuela y su quimioterapia. Ya había tenido algunas sesiones y durante los cuatro días que estaríamos fuera le tocaban las siguientes—. Allí comenzó una de las mejores experiencias de mi vida. Nos dividieron a los varones de las mujeres en pisos diferentes porque desconfiaban de nosotros, y no los podía culpar, pero a la mierda, ya estábamos allí y aquello no importaba. Hacía un poco de frío, pero no lo suficiente para que todos se quejaran, excepto un par. Nos pidieron nuestros teléfonos para retenerlos y, aunque al principio nos hubiera parecido un crimen, puedo apostar que no hubiéramos disfrutado de aquel viaje si nos pasábamos pegados a ellos durante las actividades.

Quiero describir aquel fin de semana como el tiempo donde pude ver finalmente que era más sociable de lo que esperaba. ¿Se acuerdan de Daya? Después de esa noche no la volví a tratar ni saber más de ella. Quizá más de uno o una pensó que al fin tendría algo parecido al inicio de una relación amorosa, pero no ocurrió, lastimosamente. Sin embargo, en Montalvo entablé conversación con una chica igual de hermosa que ella. Al principio fue bastante agradable conmigo y con el tiempo aquello no cambió. Por un momento me pareció de aquellas chicas que, a pesar de ser bonitas, no eran creídas. Aquello suma el doble de puntos; no me malinterpreten.

El primer día lo denominé como aquel del perdón, puesto que nos sentaron a todos en una ronda y cada uno empezó a disculparse por cualquier motivo, ya sea una pelea, discusión, o quizá porque habrían hablado mal de alguien.

¿Quieren saber cómo es que terminé hablando con la mayoría de ambos cursos? Sí, porque muchos habían dicho cosas espantosas de mí y mis amigos, pero nosotros ni enterados, al menos yo no. Cuando los que se levantaban a pedir perdón mencionaban a personas de quienes habían desconfiado o juzgado mal, oh sorpresa, yo también era mencionado. Como no le tenía rencor a nadie, sin ningún problema me levantaba a darles un abrazo a cada uno al momento de ver quiénes perdonaban a las personas al frente. Cuando la sesión terminó, muchos regresaron a hablarme mientras teníamos ratos libres.

Al final conocí a tantos compañeros que aquello se sintió verdaderamente genial. No sabía si necesitaría ir a un psicólogo, pero en aquel momento no importaba, pues por fin aquel problema había desaparecido para mí y no podía estar más contento.

—Pero si eres muy agradable —me dijo una de mis compañeras—. En serio, discúlpame por haber sido tan idiota todo este tiempo.

—No te preocupes —dije—. No te conocía y tú tampoco, así que no te culpo.

Ella me abrazó cuando le dije eso y así durante aquel día empezó a llegar más gente a decirme lo mismo. ¿Acaso era un bicho raro para ellos? Quiero decir, sabía que mi grupo había sido un poco problemático, pero no era para tanto.

—Ha sido un buen día —me dijo Ángel cuando por fin nos juntamos en la noche. Una rara coincidencia fue que nos tocara juntos en la habitación.

—Sí —respondí mientras me ponía las zapatillas—. No puedo creer que venga a hacer amigos cuando quedan menos de tres meses para que el año acabe.

Ellos, ella & yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora