Capítulo 7. Un lugar seguro

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—Ey, idiota, despierta—. Se acurrucó sobre sí mismo, atrapado por el sueño, abrigado, calentito... —. Hinata.

Estaba oscuro, pero no había duda de que los ojos que le miraban eran azules. El corazón se le puso del revés, y maldijo todas las semanas que había invertido aprendiendo a meditar y a dejar atrás el pasado y a asumir, aceptar, fluir con la vida.

Kageyama Tobio le miraba en la oscuridad y Hinata hacía de todo menos fluir con su maldita vida.

—Mmm —dijo, parpadeando—. Qué.

—Te dormiste.

Oh, Kageyama, gracias por tu sabiduría.

—¿Qué hora es?

—Las tres.

Hinata se sentó, frotándose un ojo. Alguien le había tapado con la manta mientras dormía y tenía las piernas cálidas pese al pantalón corto. Se fijó en el pelo desordenado de Kageyama.

—¿Tú también te dormiste?

—Lo intenté —murmuró— pero no pude. El suelo está duro.

Hinata soltó una risa.
Intentó dormir aquí conmigo.

—¿Por qué no te fuiste a la cama, tonto? —Kageyama no respondió. Tenía cara de estar resolviendo un problema de álgebra—. Podías haberme dejado dormir hasta las ocho, sabes. Ahora tengo sueño.

—¿Querías dormir aquí?

Eh.

—¿No me has invitado?

Borrar, borrar, ¿por qué la vida no tiene un botón de volver a lo anterior como el Word?

—No hay camas para los dos.

Hinata quería que la tierra le tragase. No había remedio para él, siempre aferrándose a cualquier muestra de cercanía de Kageyama.

—Ya, bueno. Pero me quedé dormido.

—Por eso te estoy despertando.

Esto es humillante.

—¿Quieres que me vaya?

—No, idiota.

La confusión de Hinata era ya importante. Este tío es imbécil, ¿quiere que me vaya o que me quede?

—Bakayama, estás actuando raro.

—Eres tú el que actúas raro durmiéndote como un bebé en una casa desconocida.

—Es la casa de tu hermana, no es que me vaya quedando dormido por las esquinas, sabes. Fue un día muy intenso. Te gané dos veces.

—Cállate —murmuró, empujándole un poco—. ¿Quieres desayunar?

—Son las tres de la mañana —Hinata le devolvió el empujón, estirándose como un gato—. No es hora de desayunar.

Kageyama se rascó la cabeza, pensando.

—¿Quieres ver el jardín?

Extraño plan, pero dijo que sí.

La noche era fría, y Kageyama le dio una manta para que se envolviese en ella mientras le mostraba la parte trasera de la casa.

Woa —dijo, casi un suspiro—. ¿Todo esto es de Miwa?

—Era de mi abuelo —dijo Kageyama, avanzando entre lo que parecían cerezos en crecimiento, todavía no más altos que él—. Ella lo reformó y lo usa cuando viene aquí, dice que para estar cerca de la ciudad y tener más intimidad.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now