Izuku era un chico con una difícil y dura enfermedad mental, tanto, que tuvo que intentarse en un hospital psiquiátrico.
Eijiro también, era un chico tan feliz que tenía un pasado y pensamientos tan oscuros que lo carcomian lentamente.
Internarse en...
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Izuku
Salí de ducharme y me vestí con mi pijama.
Consistía en una sudadera y un chándal, había mucho frío en la habitación y por esa razón siempre me vestía con sudaderas.
La pijama de Kirishima-kun era una sudadera azul oscuro con un short negro. Y la de Azael-kun una camiseta holgada de la banda Imagine Dragons y un chándal negro.
Azael me dijo que le gustaba mucho esa banda, era de sus favoritas.
Guardamos nuestras cosas y uniforme para ir al comedor, eran las 9:45 pm, se retrasaron un poco.
—No lo sé, probablemente vengan hoy, o mañana, quién sabe— Azael se dispuso a comer su cereal.
—Dijeron que son atractivos, esos rumores se expanden por todo el psiquiátrico— Eijiro sonaba curioso.
—Los psicópatas tienden a ser atractivos físicamente, no todos, pero algunos si— Azael solo se centraba en su cereal— Lo usan como una carta bajo la manga.
Me quedé pensando en eso que dijo el, «Una carta bajo la manga».
—Midoriya, ¿Te ocurre algo?— preguntó Kirishima.
—¿Eh?, no, nada, no te preocupes Kirishima-kun— sonreí.
—Izuku, ¿Que te dijimos de sonreír así?, nos dejas ciego, pareces un ángel sonriendo— Azael se tapaba los ojos dramáticamente.
Terminamos de cenar, íbamos a nuestro dormitorio cuando paramos en seco.
Escuchamos una risa muy espeluznante, y esa no era la de Monoma.
Las personas se empezaron a sobresaltar y a voltear para buscar de donde prevenía ese sonido.
Hasta que los vi, los vimos.
Habían cinco chicos con camisas de fuerza, guardias a sus lados y enfermeros también.
Así que esos eran los cinco.
Al frente tenía un chico pelimorado con un peinado extraño y ojeras de muerte. Tenía una sonrisa cínica.
Detrás de él venía uno rubio con un mechón negro, el venía riendo, la risa espeluznante era de el.
—Ay por Dios, quitenme esta cosa, no vamos a matarlos— su risa paró y ahora tenía una mueca de fastidio.
—Cállate rayito, cállate si no quieres que te vuelvan a sedar— el de cabello morado habló.
