Capítulo 5. Vóley en estado puro

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—¿Entonces por qué no paran de confesarse conmigo? Si lo saben todo deberían saber que no me interesan.

—A veces queremos ver algo donde no hay nada. Nos empeñamos, nos autoconvencemos... —Kageyama se levantó para mirarse al espejo. ¿Qué tenía él que pudiese gustarle a otra persona?—. Confiesa, no seas cagón.

—No soy cagón. Es que Hinata se va a Brasil el año que viene —mierda, ya lo he dicho.

¿Y?

—Brasil está en otro continente —le informó. Él había tenido que comprobarlo en un mapamundi.

—Ya lo sé, idiota. Pero el año que viene es el año que viene.

—Y yo me mudo a Tokio, y debemos entrenar todo el tiempo. 

—Yo también vivo en Tokio, Tobibi. No pienses tanto, ¿o es que no vas a tener una vida por ser jugador profesional de vóley?

¿Una vida?

—El vóley es mi vida.

—Algún día el vóley no será suficiente.

Kageyama empezó a colapsar. ¿El vóley insuficiente? ¿Entonces para qué seguir viviendo? Ella no podía entenderlo. Miwa dejó el vóley para no tener que cortarse el puto pelo, por un estúpido novio del que ni recordaba el nombre. Colgó el teléfono.

El vóley era el amor de su vida.
Hinata, su mejor amigo.
Lo había asociado tanto al vóley que su cerebro se había confundido.
Era eso.

Caminaban juntos a casa a la salida de clase, y quedaban a dormir los viernes para ver vóley. Kageyama le enseñó a amasar pan para hacer pizza casera. Hinata era torpe y desastroso y siempre acababa con harina en la nariz y en los labios, y él pensaba en robarla, acorralarle contra la encimera y quedarse con su primer beso, porque lo sabía todo de él, sabía que nadie le había besado antes.

Seguro que era por el vóley, en fin, besar a Hinata era lo más parecido a besar al vóley.
Sí, esa era la explicación más razonable.

Las líneas entre Hinata y el vóley cada vez eran más difusas, no era fácil distinguir donde acababa uno y empezaba el otro.

Fue la única persona a la que llevó a su casa durante su adolescencia. El único al que enseñó el álbum de fotos con su abuelo, y estaba seguro de que esas flores amarillas y un poco feas que aparecieron sobre su tumba el aniversario de su muerte, las había puesto él antes de ir a clase, porque eran iguales que las que plantaba su madre en su jardín.

Vieron juntos las Olimpiadas de Londres, prometiéndose que harían que Japón nunca más quedase fuera de unos Juegos.

—Estaremos allí algún día —susurró Hinata; estaban viendo un partido a las cuatro de la mañana. Kageyama abrió los ojos y se dio cuenta de que al dormirse había resbalado hasta tener la cabeza en su hombro. Hinata le estaba tocando el pelo. La única luz en la habitación venía de la tele—. Te lo prometo, Yamayama.

Entonces tuvo un pensamiento fugaz. Si Hinata era vóley, y el vóley era Hinata, a lo mejor sí estaba enamorado.

Siempre había sido él.
Nunca, jamás, ningún otro.

Kageyama defendió los colores de Japón en los Juegos Olímpicos de Río. Aki estaba allí, pero como suplente. Envió algún mensaje a Hinata, esperando que quisiese quedar, pero no mostró interés.
Es mi mejor amigo. Mi mejor amigo.

Aún no era el momento. Kageyama no se enfadó. Él había hecho lo mismo. Se negó a escuchar lo que Hinata intentó decirle la noche de la graduación, porque por un segundo tuvo miedo de que fuese a confesar. Era absurdo, seguramente era cualquier otra tontería, pero ¿y si necesitaba una respuesta?

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Kde žijí příběhy. Začni objevovat