Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello

Начните с самого начала
                                    

El sudor en la frente, la camiseta húmeda contra la espalda, el aire frío de la madrugada. El suelo, firme, no se balancea cuando lo pisas. El entrenamiento es la respuesta, y cuando no lo es, entonces hay que entrenar más.

Nunca es suficiente.

Mientras duermo, otros entrenan.
Mientras como, otros mejoran.

—¿Has visto tus estadísticas de esta semana?

La voz de Yamagawa-san era serena, firme en su dureza. Kageyama tragó saliva, avergonzado, con la respiración aún exhausta por la carrera. Aún así, se obligó a mirarle a los ojos. A su lado, en la mesa de la pequeña sala del apartamento, estaban las dos cajas con la comida de la semana. Los tuppers, separados, con la inscripción de cada día de la semana y el nombre del jugador, esperaban a ser almacenados en la nevera. Habían colocado dos baldas más para cuando llegasen Nishida y Takahashi. 

—Sí, coach.

—¿Y has visto las de Miya Atsumu?

—Sí —cogió aire, los puños le dolían, la cara le ardía, la derrota de la semana pasada aún tenía latido cuando volvieron a perder. Otro amistoso, fuera de temporada, esta vez contra los Red Falcons, justo antes del inicio de las pruebas para nuevos integrantes. Aki no había jugado, pero no les hizo falta para ganar. Eso no mejoraba el ánimo del entrenador.

El suspiro impaciente de Yamagawa hizo que su corazón se saltase un latido.

—¿Sabes por qué estás aquí, Kageyama?

—Porque soy de la Selección de Japón, señor.

—No sois los únicos en la Selección. ¿Por qué más dirías que estás aquí, ocupando un lugar por el que otros matarían?

—Porque... usted nos eligió.

Hubo un poco de duda en su voz.

—Os elegí —repitió. La mirada de Yamagawa-san se dirigió por un momento a Aki, para volver después a Kageyama—. Jugadores como tú hay pocos, es cierto. Quizás salga uno cada veinte años, pero tu generación dio una buena cosecha. Estás en una pelea que si no eres capaz de ver, te dejará fuera antes de que te des cuenta. El vóley a este nivel es una jungla. O afilas las garras, o no durarás mucho tiempo. Ya no eres ese niño prodigio que callaba a todos con una finta. Ahora tienes que ganarte el puesto todos los días. Te aseguro que Miya estaría encantado de dormir en tu futón.

Kageyama lo sabía. Era consciente. Había pasado más horas de las que podría reconocer viendo los partidos de los Black Jackals, robándole horas al sueño, con los auriculares y sin parpadear. Los servicios. Joder, los servicios. Las colocaciones. La seguridad, la confianza. Cada movimiento tenía una precisión temible. Atsumu había mejorado, y si ya era bueno con dieciséis, ahora no había diferencias de nivel entre ellos. Era una lucha a muerte, y sabía que él no retrocedería.

Si me detengo un segundo, me alcanzará.
No puedo dudar.
No puedo despistarme.

No te descentres. No te distraigas.
Sigue recto, no mires a los lados.

—¿Crees que él se permitiría una mínima distracción? Se rumorea que entrena el doble que sus compañeros de equipo. ¿No te parece que te estás durmiendo? —susurró Yamagawa, acercándose más a él. Kageyama bajó la mirada y se fijó en la punta de sus zapatillas deportivas. No había oído esos rumores, pero en cualquier caso, no solía enterarse de esas cosas. Hoshiumi contaba historias en los vestuarios de los Adlers, pero más bien del tipo sexual. Idiota, se dijo. Eres un idiota, y los idiotas no se quedan en la pista—. No sé qué te preocupa, no sé si es porque alguna cría te ha roto el corazón o porque sigues con lo de tu padre en la cabeza, pero me da igual. Esta es tu primera advertencia. Si no puedes mantener el ritmo no podrás seguir aquí y no te propondré para seguir en la Selección.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Место, где живут истории. Откройте их для себя