De pronto volvió a respirar. Que el Gran Rey comprendiese su elección era algo así como la confirmación de que no estaba rematadamente loco, que todo tenía sentido.

—El viernes son las primeras, para los Red Falcons de Osaka.

—Buena, buena. Tienen uno de los mejores líberos, además de Igarashi-kun—. Mientras Hinata asentía, el camarero aparecía con el vino y les servía de la forma más ceremoniosa que había visto nunca. De pronto fue consciente de su sudadera llena de pelotillas y sus pantalones cortos y sus zapatillas de deporte. Como si pudiese leerle el pensamiento, Oikawa rió—. Daale, flaco. No pienses tanto.

Cuando se encontraron en Rio le resultó fascinante el hecho de que Oikawa pudiese estar tan integrado en San Juan que las expresiones argentinas le saliesen naturales. Dos años después, Hinata se veía a sí mismo maldiciendo en otro idioma. Nunca había sido malhablado en su lengua natal, y sin embargo la mitad de las palabras que decía en portugués habrían sido motivo de castigo si las oyese su madre.

Cogió la copa para beber, pero Oikawa extendió una mano, muy serio, entre ellos.

—Eh, ¿piensas beber sin brindar? ¿No tenemos nada que celebrar, Chibi-chan?

Hinata se mordió el labio, mirándole  a los ojos. No se le ocurrían demasiadas cosas, pero podía probar.

—¿Que te has reconciliado con Iwaizumi-san?

—¡Alerta, alerta, palabra prohibida!—. Hinata soltó una carcajada, consciente de que estaban siendo demasiado ruidosos en ese restaurante pijo—. ¿Cuál era el trato?

—Ni compañeros del pasado, ni antiguas lesiones —repitió las palabras que un Oikawa muy borracho había escrito en una servilleta en un local de fados en Rio, trazando las líneas rojas de la noche—. Podemos brindar por nosotros.

—Los exiliados están de vuelta, más fuertes que nunca —dijo Oikawa, con gesto perverso—. ¡El Imperio contraataca! ¡Kanpai, mi joven padawan!

—¡Kanpai!

Rieron mientras chocaban las copas suavemente. Fueron necesarias dos horas de discusión, paseando por Ipanema, para repartir los papeles de Star Wars entre sus conocidos del vóley. Oikawa se empeñaba en que Kageyama era Darth Vader, pero Hinata estaba convencido de que era un ewok grandote y gruñón, colocando bolas de pelo por toda la galaxia.

Oikawa insistía en que él era Han Solo, sexy y temerario. "¡Yo soy Obi wan, el mejor jedi de la galaxia!", añadió Hinata. Entonces Oikawa, incumpliendo las reglas, había dicho, con una sonrisa maligna patrocinada por la sexta capirinha: "No creo que Obi wan se acueste con ewoks".
Hinata fingió que no lo había oído. 

El vino era fuerte, pero se mantuvo firme. Brasil le dio un buen fondo en el asunto del alcohol.

—Espero que seas consciente de la bendición que es cenar con el hombre más sexy de San Juan.

—¿Sólo de San Juan? Oikawa-san, has bajado algunos puestos.

Oikawa rió, frunciendo el ceño y Hinata puso su mejor cara inocente mientras se llevaba a la boca otro trozo de pan.

—Bueno, volviendo a tu semana fantástica —dijo, poniendo un dedo en el calendario—. EJP, Green Rockets, Railway warriors... Todos la misma semana. ¡Ah, las joyas de la corona! Las águilas y los chacales, viernes y sábado. Tokio está a más de quinientos kilómetros de Osaka.

—El Hikari tarda menos de tres horas —dijo Hinata, dándole la vuelta a la hoja del calendario para mostrarle, escrito con su letra, en lápiz, sus cálculos horarios—. Podría ir a la prueba de los Adlers el viernes, dormir en Tokio, coger el Shinkansen de madrugada y estar en Osaka para el desayuno. No es una locura.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें