Capítulo VIII: ❝Gardenie ofilită❞

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Esta vez, el viaje parecía ser más largo de lo normal. Las obstrucciones en el camino dificultaban la toma de atajos. Los caballos continuaban por el nuevo sendero, que la doncella a cargo de encaminarlos les marcaba. En completo silencio continuamente, y cubierta por una capa blanca; armada con una daga por si era necesario. Como siempre, la misma tarea le era encomendada a una de las doncellas más fieles y confiables del castillo: Raluca.

Bela escuchaba atentamente el andar de los caballos, y como Raluca gruñía por cada desviación que necesitaba tomar. La lluvia parecía estar cada vez más cerca de hacer aparición, y bien sabían que la lluvia muchas veces traía nieve en aquel frío lugar. Las señoritas Dimitrescu debían estar en un refugio antes de que fuera tarde, aunque, no parecía tan urgente para Bela, quien era la única dentro del carruaje, que no había caído dormida ante el andar de los caballos.

Daniela refunfuñaba entre sueños profundos; recostada contra un rincón del carruaje, y sosteniendo aún su canasta con postres y obsequios. Mientras tanto, la rubia intentaba no caer dormida tampoco, y vigilar por el bienestar de su hermana.

─¿Cuánto queda de camino?─ interrogó la rubia por la pequeña ventanilla, que se escondía detrás de la conductora del coche; a la altura de su nuca.

─Poco, señorita. Aunque temo que el tiempo traerá inconvenientes─.

─Sé más clara, mujer─.

─Lloverá, y la lluvia traerá nieve, mi Lady. Los caballos necesitarán descansar en algún momento, pero todos los caminos cortos parecen estar obstruidos por árboles caídos en la tormenta pasada, y cuerpos siendo devorados por los lycans─.

─Mierda...─ Bela gruñó y volteó a ver a su hermana, que yacía cómodamente dormida.

─¿Alguna orden?, señorita Dimitrescu─.

─No. Solo continua el camino, pero por favor, olvida los cuerpos y písalos si es necesario. Necesitamos estar en la residencia Beneviento antes del anochecer─.

─Como ordene, mi Lady─ la ventanilla nuevamente se cerró.

Bela volvía la vista a la canasta de obsequios; a su hermana aún dormida, y a la carta que en sus manos posaba. La incertidumbre de saber qué era lo que precisamente decía, continuaba allí presente, intentando batallar contra la culpa de traicionar la confianza de su madre. Lo correcto era respetar su privacidad, sino, ¿cómo volvería a encomendarle una tarea similar?

Aunque... sino se enteraba, podría ser más fácil todo.

Bela resopló y mantuvo aún cerrado y en sus manos el sobre. Odiaba que su moral y culpa aparecieran, cuando menos quería tenerlas presentes.

. . .

Las gotas de agua comenzaban a hidratar tímidamente, los pequeños soles de colores, que en el jardín cercano a las tumbas de la propiedad, se hallaban tranquilos. El invernadero terminaba de ser visitado, por lo que Beneviento se despedía de sus hortalizas y enredaderas, aún con una regadera en manos.

El lugar era la definición más acertada de "paz", aunque más precisamente la paz exterior, pues dentro de la mujer, seguían conviviendo sus persistentes tormentas; intentando echar a perder su intento de aparentar, un lenguaje corporal que inspiraba quietud y tranquilidad.

Sus botas enlodadas pisaban débilmente el suelo de hormigón, que se hallaba al abandonar el invernadero. Limpiaba sus botas golpeándolas en la base repleta de suciedad, contra un borde levantando del suelo, para luego quitárselas y caminar descalza por el suelo, hasta el metro y medio que había de distancia entre ella y la puerta de la casa. Le urgía saciar su sed con algo de té.

Dansuri Macabre • 〚 ᴮᵉˡᵃᵈᵒⁿⁿᵃ 〛Where stories live. Discover now