Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...

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Un mensaje de Kageyama.

El primero desde diciembre, el primero en más de dos meses.

Era absurdo, estúpido, infantil, pero en ese momento le pareció que, de alguna manera, había podido sentir su desesperación en la otra punta del mundo, como esas historias de hilos rojos que atraviesan el espacio y el tiempo. Kageyama despertándose y pensando en él mientras su mundo se movía bajo sus pies parecía una buena tabla a la que agarrarse.

Bakayama. 22.50
Photo

La imagen se cargó despacio mientras Hinata soplaba sobre su hombro, intentando aliviar el escozor de la picadura. Cuando se despixeló se encontró con la mano izquierda de Kageyama, sus dedos formando el número tres. Frunció el ceño, contrariado. Fuera de plano, algo borrosas por el desenfoque automático, veía sus zapatillas de vóley y el pantalón blanco de los Adlers.

Hinata. 22.51 pm
Q es eso?

Bakayama. 22.53
escribiendo... escribiendo...
Los sets que hemos ganado hoy

Hinata. 22.54 pm
escribiendo... escribiendo... escribiendo...

Hinata se mordió el labio, borrando y reintentando, porque todo lo que escribía le parecía idiota, o insuficiente, o demasiado.

En realidad sólo quería escribir te echo de menos, pero no podría hacerlo sin esperar una respuesta, un y yo a ti que sabía que no iba a tener, así que se limitó a apreciar la mano de Kageyama, y extendió la suya al lado para ver si seguía siendo la misma que una vez, hacía mucho tiempo, había sujetado la suya en silencio.

Parecía en otra vida, la tarde en que su cuerpo dijo basta durante el partido del Kamomedai.

De noche, tras el disgusto y la sopa caliente, mientras dormía con mascarilla, con fiebre, en una habitación separada del resto, Kageyama había entrado con cuidado y se había tumbado a su lado, cara a cara. También llevaba mascarilla. Se habían mirado a los ojos durante mucho tiempo. Hinata ya no estaba llorando, pero sentía el peso de la derrota como propio, sobre los hombros.

Esperaba una bronca, un insulto que se merecía, pero nunca llegó. Kageyama buscó su mano bajo las mantas y la sujetó tan suave que podría haber sido un sueño, y después cerró los ojos.

Sus dedos no estaban entrelazados, sólo sus palmas juntas, y el pulgar de Kageyama se movió en su muñeca, en algo que si fue real, tuvo que ser una caricia. Hinata se durmió con el sonido de su respiración tan cerca, el calor de su mano tan nítido, el roce suave de sus dedos tan íntimo. Cuando se despertó al día siguiente no estaba allí.

Tal vez nunca estuvo. Tal vez le subió tanto la fiebre que su mente obsesionada creó un Kageyama para él, uno suave y de toque cálido que le acompañase en su peor noche.

No contestó el segundo mensaje, pero Kageyama envió otro igual una semana después, y empezó un extraño ritual consistente en que ambos se mandaban mensajes mostrando en una mano el número de sets que habían ganado en un partido.

En vóley playa Hinata solía jugar varios sets, así que mandaba tres o cuatro fotos de sus dedos, casi siempre vendados o quemados o llenos de rasguños, y Kageyama le recordaba que sólo contaban un máximo de cinco sets, llevas ciento cincuenta victorias y yo ciento sesenta y tres.

Esos días le contestaba con el emoji de la caca. Si se ponía muy pesado le mandaba cuarenta cacas seguidas y Kageyama se relajaba por un tiempo, hasta el siguiente partido.

No se perdía ninguno de sus juegos. Cuando estaba trabajando veía las repiticiones de noche, con los auriculares, para no molestar a Pedro.

Al marcar un punto sus compañeros de los Adlers le abrazaban, y Kageyama forzaba una de esas sonrisas siniestras con toda su voluntad. Hinata sonreía entonces con él, aliviado de ver que no había cambiado, que no era otra persona.

Nadie duerme en Tokio |KageHina|Where stories live. Discover now