20. Piano en miniatura

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No obtuve respuesta hasta que cerró la puerta a su espalda y se acercó lo suficiente para agacharse frente a mi desastre de pinturas en el suelo. Luego de analizar el dibujo con cautela, conectó su mirada con la mía.

—Son pasadas de las doce. ¿Desde cuándo pintas tan tarde?

¿Pasadas de las...? Fruncí el ceño, verificando la hora en mi teléfono. Mierda, tenía razón. Eran eso de las nueve cuando comencé, no creí que me tomó tanto tiempo el dibujo.

—Quería... distraerme un poco y se me fueron las horas.

Él miró por un rato más el dibujo.

—En serio te esmeras en arruinar mis intentos de lucir romántico, Alice.

El desconcierto me invadió por unos segundos.

—¿Qué?

—Investigué sobre flores durante toda una tarde para sorprenderte identificando, por primera vez, la próxima flor que dibujaras. Y justo hoy decidiste hacer una que todos conocen para que mi nuevo conocimiento luzca superficial.

Arrugué las cejas, procesando lo que dijo. Él investigó sobre flores... ¿por mí? ¿Para sorprenderme?

—¿De verdad hiciste eso?

Asintió, como si no era nada del otro mundo, pero para mí sí lo era. Definitivamente lo era.

—¿Continuarás pintando?

Mordí la parte interna de mi mejilla. La conversación que escuché ayer aún rondaba mi cabeza y casi quería golpearme por permitir que echara raíces dentro de mí. Ahora... sentía que una porción de la confianza y comodidad que logró transmitirme con el paso de los días se había desvanecido en un pestañeo. No debería ser así, pero ojalá fuera tan sencillo controlar tus emociones.

—Yo... En realidad ya estaba... —Me aclaré la garganta—, considerando dormir.

El entrecejo de Nicholas se arrugó un poco.

—¿Estás bien?

—Sí, solo estoy algo cansada —le resté importancia con la mano, agarrando mis pinceles para levantarme y lavarlos, pero la mano de Nicholas envolviéndose en mi antebrazo me detuvo. Su expresión denotaba preocupación.

—Sé que hemos estado ocupados, pero te he echado de menos estos días, preciosa. ¿Podemos charlar un rato?

Tal vez, fue aquel «te he echado de menos» o quizás, fue aquel deseo de mantenerme cerca que pude distinguir en su mirada lo que me convenció de ceder en automático y soltar los pinceles. En cambio, cuando una de sus manos intentó tocar mi rodilla, me alejé un poco.

La reacción pareció sorprenderlo, más no hizo nada más. Solo se quedó quieto, estudiándome.

—No estás bien. —Frunció el ceño—. Y es por mi culpa, ¿no es así?

—No...

—No tienes que mentir. Lo arruiné, ¿cierto? Tal vez hice algo y no me di...

—Tú no has... —lo detuve—. No has arruinado nada.

—Entonces... ¿qué sucede?

Respiré hondo, pensando mejor las cosas. Evadiendo el tema o callándome, solo iba a causar malentendidos entre ambos. Y en la poca experiencia que tuve, la comunicación nunca hizo daño, la falta de ella sí lo hizo.

—Nicholas, en realidad yo... Necesito...

—¿Qué necesitas, corazón?

Retuve mi labio inferior, reuniendo el valor necesario para decirlo en voz alta.

Un giro inesperadoWhere stories live. Discover now