19. Gracias por ser tú

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—L-Lo siento. Por... Por todo lo de anoche —murmuré.

Él frunció el ceño.

—¿Por qué exactamente te estás disculpando?

Desvié la mirada, apenada.

—Insistir en tocarte, las tonterías que dije, intentar besarte sin tu consentimiento, todo... —Con cuidado, depositó una mano en mi mejilla, deteniendo mis palabras.

—Eres la única persona que siempre tendrá mi consentimiento para besarme.

—Pero...

—Solo lo impedí porque estabas ebria; quien no tenía el consentimiento para devolver ese beso era yo.

A falta de palabras, negué con la cabeza. Cuando creía que no podía gustarme más, él... me sobrepasaba. En todos los sentidos. Y ni hablar de las cosas que dijo anoche. Ese «Quiero incrustarme en tu mente tanto como tú lo estás en la mía» o «Tú también me importas, corazón» aún rondaban mi cabeza.

Si tuviera que hacer una lista de palabras u oraciones que me habían dedicado y hacían que mi corazón se calentase, estaría llena de cosas que Nicholas me dijo este último mes.

A pesar de lo que acababa de decir, aún no me sentía con la confianza suficiente de tomar la iniciativa y besarlo en los labios (esa seguridad solo la tuve borracha), así que cuando me puse de puntillas, besé su mejilla y sus brazos me envolvieron de nuevo. Suspiré contra su hombro, rodeándole el cuello.

No tenía idea del cúmulo de emociones a las que me enfrentaría cuando pisé esta casa. Y algo me decía que Nicholas, por las orgánicas acciones que podrían parecer ser coordinadas con anticipación de lo bien que funcionaban para cautivarme, sí lo sabía.

—¿Te gustan los abrazos? —pregunté, atontada por su aroma. Este era el segundo que me regalaba en menos de cinco minutos.

—Me gusta abrazarte a ti.

Esta vez, al separarnos, no me sonrojé, pero sí sonreí.

—Yo... —Miré mis manos—, creo que nunca le había dicho esto a alguien, tampoco estoy segura de que tenga mucho sentido, pero... Gracias por ser tú.

No podía asegurar que lo entendió completamente; había mucho detrás de ese gracias. Aunque tal vez... sí lo hizo, porque cuando alcé la mirada, sus ojos me veían como si fuera la lluvia tras una larga sequía.

No deseando una respuesta, antes de que me diera una, cambié de tema. Miré los tenues rayos de sol que se filtraban por la ventada.

—¿Qué hora es?

Primero lució un poco desorientado, luego recobró la compostura.

—Las once.

—¿¡Las qué!?

¿Acaso escuché mal? Porque esperaba, en serio esperaba que sí.

—Las once —repitió, divertido.

Oh, mierda.

—Tú... ¿Por qué rayos luces tan tranquilo? ¡No fuimos a la universidad! ¡Faltaste a tu práctica de hoy!

—Tampoco llevaste a Olivia a la escuela...

Agrandé los ojos, aún más alarmada.

Mierda, mierda, mierda.

Papá... Él me desheredaría si se enteraba de que Olivia no asistió a la escuela porque el día anterior me emborraché y olvidé activar la alarma de mi teléfono.

Sabía que jugar verdad o reto un martes no era buena idea.

—Repito: ¿por qué rayos luces tan tranquilo?

Un giro inesperadoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ