CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO

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Desde una ventana del salón de la Casa del Santo Oficio, ambos inquisidores contemplaban entre perplejos y malhumorados, el cariz que estaba tomando todo el asunto. Faltaba poco para que la tarde diese a su fin y los caballeros de don Rodrigo permanecían quietos, inamovibles y con la mirada desafiante, esperando la salida del gran Maestre.

—No se marcharán hasta que el Manrique no abandone este lugar —declaró en voz baja Torquemada—. Ordene que sean sus propios caballeros quienes lo acompañen hasta Uclés.

—¿Cree que es lo más juicioso en estos momentos? —preguntó Diego de Deza—. Don Rodrigo podría...

—¡No sé cómo pudo llegar a alcanzar tan alto ministerio, don Diego! A veces pienso que no es precisamente el hombre más adecuado para este puesto.

      Diego de Deza se tensó y miró al inquisidor general, sintiéndose ofendido.

—¡No me miréis así! ¿Acaso queréis iniciar una guerra entre cristianos? Aunque ya le garantizo que acabaría bien pronto. No hace falta que os indique quién saldría ganando. Si no he ordenado la muerte de esa mujer, no crea que es por que sea inocente. Le aseguro que el motivo más egoísta me ha llevado a hacerlo. Usted y yo, estaríamos muertos en cuanto posáramos la cabeza en el lecho. ¡Entregad el comendador a sus hombres y terminad de una vez por todas con este asunto! Voy a subir a descansar a mi alcoba y espero no ser molestado... —declaró Torquemada marchándose del salón y dejando a Diego de Deza a solas.

—¿Y la mujer? —preguntó el inquisidor antes de que Torquemada hubiese salido.

—¿Hay que decíroslo todo? —se volvió Torquemada con el ceño fruncido—. Liberad a la mujer en cuanto los caballeros abandonen el lugar. Y haced lo posible porque tengáis testigos. No quiero que queden dudas de que no la pusimos en libertad.

<<Y testigos tendrá>>, pensó Diego de Deza en cuanto se quedó solo.

      El inquisidor general llevaba razón, los ánimos estaban revueltos entre los santiaguistas y los vecinos de la ciudad. No podía contar con los hombres del Figueroa, puesto que se había marchado de Úbeda, nada más terminar el juicio. Estaban en inferioridad de número y lo que menos necesitaba ahora, era seguir llamando la atención de la reina. Sus emisarios, continuaban en la ciudad, según sus informantes.


     Rodrigo permanecía en sentado en el suelo de la celda cuando varios soldados entraron y lo sacaron de allí.

—Vuestra señoría ha quedado libre. El inquisidor general ha ordenado que seáis escoltado por vuestros propios hombres hasta el monasterio de Uclés. Allí pasaréis a estar recluido hasta que pase el tiempo ordenado por el inquisidor general.

      Rodrigo caminaba custodiado por los soldados del Santo Oficio, sin que ninguno de aquellos hombres se atreviera a posar la mirada en él. Por la forma de arrastrar los pies, los hombros alicaídos y la cabeza gacha, cualquiera habría adivinado el duro trance por el que había pasado don Rodrigo.

        Al salir al exterior, Rodrigo miró al frente y descubrió al grueso de sus caballeros formados ante el lugar. En uno de los lados, el rostro serio de su hermano, lo miraba fijamente. Rodrigo sintió vergüenza. Ya no se merecía estar al frente de tan bravos y valerosos caballeros, ni era digno de llevar el noble apellido de sus antepasados. Había perdido la dignidad y el honor, y jamás lo recuperaría. De nada le había servido luchar desde pequeño, intentando enarbolar unos valores cristianos, si había sido derrotado con tanta facilidad; si no había sido capaz de defender lo que más quería. Jamás podría mirar a la cara de ninguno de sus hombres sin contemplar la lástima en ellos.

JURAMENTO DE HONOR (COMPLETA) # 2 SAGA MEDIEVAL #PGP2023 #FlowersADonde viven las historias. Descúbrelo ahora