CAPÍTULO DECIMOCTAVO

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Diego de la Cueva asintió cuando los sirvientes solicitaron permiso para abrir el portón. Rodrigo se mantuvo sereno, con todos los sentidos puestos en el enfrentamiento que iba a tener lugar. Bajo la capa blanca de la Orden seguía hallándose presente el caballero que había jurado proteger a los peregrinos y expulsar a los musulmanes, sin imaginar que hallaría entre los propios cristianos a su más acérrimo enemigo.

     Solo se podía escuchar el estruendo de los soldados del inquisidor proveniente de la calle. Rodrigo dirigió su atención hacia sus hombres, los cuales permanecían inmóviles formando corro a escasa distancia de él. Todos mantenían la vista clavada al frente. Se enorgullecía de esa demostración de fuerza y valor de sus caballeros formados tras años de lucha en Granada, preparados para defenderlo y para matar a los que se atrevieran a levantar la espada contra su señor. Sin embargo, Rodrigo suspiró, un suspiro prolongado y lleno de preocupación por todos aquellos hombres; sabía que enfrentarse abiertamente al inquisidor no le beneficiaba y máxime si se producía un derramamiento de sangre entre hermanos. Entre cristianos.

     Cuando otro fuerte golpe resonó en la puerta, los sirvientes corrieron el gran cerrojo y Rodrigo se encontró frente a su adversario. Vestido de un negro absoluto, le recordaba a un cuervo listo a devorar la carroña de un animal muerto, pero a él, todavía no le había llegado su hora. Solo el altísimo decidiría su muerte.

—Rodrigo de Manrique, he venido a apresaros en nombre de su majestad —gritó el inquisidor en voz alta, en presencia de sus testigos.

     Los caballeros de la Orden se removieron inquietos, agarrando con firmeza sus espadas, a Rodrigo no le sorprendió la altivez en el tono de voz de Deza. Ese sentimiento de considerarse por encima de los demás y de mirar con desprecio a su oponente. Prepotente y orgulloso, creyéndose victorioso y justificando su miserable conducta en los mandatos de la ley de Dios. Cuando no era más que un miserable asesino capaz de cometer el acto más vil y despreciable.

     Con los muslos separados y sus enormes manos convertidas en dos puños apoyados firmemente en sus caderas, Rodrigo presentaría batalla a su acusador.

—¡Cómo han cambiado los papeles desde la última vez que os vi, don Diego! La vez anterior venías a socorrerme y hoy, a apresarme.

—Es vuestro malvado acto el que ha provocado que venga a deteneros. No le echéis la culpa a nadie más que a vos.

—¿Y bajo que falsa calumnia venís a apresarme? —preguntó Rodrigo.

—Habéis incumplido una de las normas sagradas de la Orden —le advirtió Deza.

—Pensé que actuarías con honor y no vomitando esos infundios que os habéis inventado —contestó Rodrigo mirándolo con asco—. Y por lo que observo, venís armado hasta los dientes, soltando embustes y vilezas por vuestra boca.

—¡Os arrepentiréis de insultar al inquisidor de Úbeda! —le gritó Diego de Deza mirándolo con odio—. Pagareis cara vuestra osadía.

—Osadía es lo que me sobra, al contrario que a vos, que necesitáis dos ejércitos que os cubran las espaldas —señaló Rodrigo mientras sus hombres sonreían mientras el inquisidor se sentía vilipendiado—. ¿Tanto me teméis que habéis tenido que recurrir a los soldados de vuestro cómplice? ¿Dónde habéis dejado al Figueroa? —le preguntó Rodrigo—. Pensé que os acompañaría en vuestra noble campaña.

     Mientras entretenía al inquisidor, Rodrigo sabía que le daba tiempo a su esposa para que se pusiera a salvo. Había aceptado la propuesta de los Cueva, de ocultarla en el Convento de las Clarisas. No podían permitirse el lujo de sacarla de la ciudad, ya no había tiempo, puesto que el inquisidor tendría vigilados todos los caminos.

JURAMENTO DE HONOR (COMPLETA) # 2 SAGA MEDIEVAL #PGP2023 #FlowersAWhere stories live. Discover now