CAPÍTULO VIGÉSIMO

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—¡Alto! —gritó el inquisidor.

      Con el ruido de la batalla, solo los soldados más cercanos podían escucharlo.

—¡Alto, he dicho! —gritó desgañitándose Diego de Deza.

      La multitud fue deteniéndose conforme los soldados repetían la orden seca del inquisidor. Tanto soldados como caballeros, dejaron de forcejear y de luchar entre ellos, a pesar de la tensión del momento y del calor de la batalla que les provocaba el deseo de luchar. Diego de Manrique comprobó enfadado como su hermano permanecía de rodillas con el cuerpo sujeto por varios soldados, aprisionándole la espalda e impidiéndole respirar. La rabia le bullía por dentro y difícilmente podía contenerse, a pesar de que lo que le hubiese gustado acabar con la miserable vida del inquisidor, tal como le había sugerido su propia madre.

     Montado sobre el elegante caballo negro, Diego avanzó a través de un pasillo que los hombres le iban haciendo, hasta llegar a la altura del estrado donde el inquisidor lo miraba fijamente.

—¡Veo que vuestra señoría ha estado entretenido desde la última vez que nos vimos! —dijo con ironía Diego de Manrique.

—¿Cómo os atrevéis a atacar al Santo Oficio? —gritó alterado el inquisidor.

—Si hubiese sido así, ahora mismo estaríais atravesado por mi espada. Habéis tenido suerte de que llegara a tiempo. Mi hermano no merece semejante trato y tened por seguro, que no habrá una próxima vez. ¡Soltad de inmediato a mi hermano!

—¡Sois un salvaje, igual que él! ¡Un hereje!

       Con un ágil movimiento de muñeca, Diego de Manrique levantó la punta de su espada hacia la garganta del inquisidor mientras sus acompañantes, se persignaban asustados. Los ojos del conde brillaban mostrando sus verdaderas intenciones.

—El diablo habita en vuestro cuerpo...

—Os equivocáis, es la lengua de un desquiciado la que habla por vos...

—¡Matadlo, señor! —gritó de repente un campesino en el centro de la plaza—. El inquisidor ha acabado con la vida de judíos inocentes. Familias enteras han sido apaleadas hasta la muerte y han tenido que abandonar la ciudad y el pueblo donde nacieron. ¡La ciudad de Úbeda reclama justicia!

—¡Si! ¡Justicia! —gritaron levantándose todos los vecinos a una.

      El conde de Treviño que había vuelto la mirada hacia donde la gente increpaba al inquisidor, se dio en ese momento cuenta, de que los hombres de su hermano y ciertos caballeros que no conocía, habían intentado defender a Rodrigo. Así que volviéndose de nuevo, sostuvo la mirada al inquisidor y le dijo:

—¡Ahí tenéis la opinión del pueblo! Parece que no os estiman mucho... Entre vecinos y caballeros dispuestos a defender a mi hermano, os superamos en número. Deteneos de vuestros propósitos y dejad libre a mi hermano Rodrigo porque si persistís en vuestro empeño de torturarlo, acabaré con vuestra miserable vida antes de que tengáis tiempo de respirar.

     Diego de Deza había subestimado a los Manrique de Lara, pero el Santo Oficio seguiría adelante con el juicio. Estaba dispuesto a llegar hasta el final, pero esos desgraciados, no lo humillarían.

—El comendador volverá a la cárcel y allí, esperará hasta el momento del juicio —declaró el inquisidor.

—Yo mismo, respondo por mi hermano hasta que el juicio tenga lugar pero vos, no volveréis a encerrarlo como si fuese un delincuente. ¡Ordenaréis que lo suelten de inmediato!

      Diego de Deza sostuvo la mirada al Manrique y sabiendo que tenía esa batalla perdida, se doblegó a sus deseos.

—¡Sea! Vos responderéis por él, pero la mujer...

JURAMENTO DE HONOR (COMPLETA) # 2 SAGA MEDIEVAL #PGP2023 #FlowersAWhere stories live. Discover now