CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO

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—¡Sarah! —gritó Rodrigo con el alma en vilo.

     Diego, atento y rápido, cogió el cuerpo desmayado de su cuñada antes de que se golpeara contra el suelo.

—La tengo... —dijo Diego observando la palidez mortal de Sarah mientras Rodrigo intentaba arrebatársela de los brazos—. ¡Calmaos! Solo se ha desvanecido de la impresión.

Con el revuelo formado, tanto los emisarios como los inquisidores, no se percataron del desmayo de Sarah. Tiempo que aprovechó Rodrigo para coger a su esposa en brazos y depositarla ligeramente en el suelo. Los máximos representantes del Santo Oficio, en especial el inquisidor de Úbeda, continuaban hablando con los dos emisarios de la reina, sin prestar atención a lo que ocurría detrás de ellos.

—Su alteza, la reina, debe comprender que los dos acusados deben ser sometidos a juicio...

—Ya no es un asunto del Santo Oficio, puesto que la reina considera que este asunto debió ser tratado desde Roma. Don Rodrigo debió solicitar la dispensa apostólica para casarse por su condición de caballero y la reina ha intervenido en este delicado asunto. Solo el papa tenía la potestad de emitir un juicio contra el gran Maestre. Mientras no llegue la resolución definitiva, la reina Isabel decreta que el matrimonio sea disuelto y ambos cónyuges permanezcan separados hasta el momento.

—¡Pero eso es inconcebible! —declaró Diego de Deza—. Este asunto debe resolverse en la ciudad de Úbeda.

—¿Queréis desobedecer el mandato real? —preguntó don Andrés de Cabrera al que la insistencia del inquisidor le molestaba sobremanera—. Tenemos la potestad de actuar como representantes de su alteza. Y está bien claro su deseo. El enlace entre don Rodrigo y la judía llamada Sarah, será disuelto y ambos, podrán marcharse hasta nueva orden.

—Hay otra acusación pendiente contra esa hereje... —declaró Diego de Deza, dispuesto a llevar hasta el final ese juicio.

—¿De qué se trata? —preguntó Gutiérrez de Cárdenas.



—Yo la sostendré. Rodrigo debéis acercaos hasta los emisarios, desde aquí no podemos escuchar qué están hablando —declaró Diego de Manrique a su hermano.

     Diego de la Cueva que estaba junto a ellos, les sugirió:

—Yo me quedaré con doña Sarah. Acompañad a vuestro hermano en ello. No me gusta lo que estoy viendo... —declaró Diego de la Cueva.

      No tuvieron tiempo de nada más. Rodrigo evaluó la situación un segundo y al siguiente, le pasaba el cuerpo de su esposa a su amigo. De la Cueva vio cómo ambos hermanos se acercaban hasta donde las autoridades discutían de forma acalorada y por la cara de los inquisidores, aquello, no pintaba bien.

     Tanto Diego como Rodrigo se acercaron hasta la mesa donde los inquisidores junto a los emisarios discutían, justo a tiempo de escuchar la acusación de Diego de Deza.

—La mujer actuó con malas artes y atendió a cristianos ejerciendo la medicina. Tiene que ser interrogada y ajusticiada.

      Rodrigo soltó un gritó atronador que hizo que todos los presentes volvieran la mirada hacia él:

—Mi esposa es inocente de lo que la acusáis... —declaró Rodrigo abalanzándose sobre el inquisidor.

     Gutiérrez de Cárdenas fue rápido y agarró al gran Maestre antes de que se produjese una calamidad.

—¡Deteneos! ¿Habéis perdido el juicio? —susurró con el rostro serio—. Así, no ayudáis en nada.

—¡Lo tiene embrujado! —exclamó Diego de Deza señalándolo con el dedo—. Esa bruja lo ha hechizado con sus malas artes. Todos podéis verlo... ¡Prendedlo!

JURAMENTO DE HONOR (COMPLETA) # 2 SAGA MEDIEVAL #PGP2023 #FlowersADonde viven las historias. Descúbrelo ahora