CAPÍTULO SÉPTIMO

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—¡Curandera! Traen a otro herido, ¿dónde lo colocamos?

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—¡Curandera! Traen a otro herido, ¿dónde lo colocamos?

     Sarah miró con preocupación a su alrededor. Aquella sala, atestada de gente, no admitía ni un solo herido más. Una semana después, continuaba el asedio y los enfermos se iban acumulando, apiñados. Algunos con heridas leves y otros, no tanto.

      Por encima del griterío de los soldados, se escuchó la voz del conde de Treviño:

—¡Podéis disponed de este camastro! Estoy en condiciones de salir andando de aquí y aunque tenga que continuar con reposo, puedo permanecer en mi aposento. No es necesario que siga ocupando un lugar que necesitáis.

     Sarah inspiró profundo y comprendiendo que era lo más sensato, asintió.

—Lleváis razón, don Diego. Pero os equivocáis en lo de andar; os serviréis de apoyo y no podréis caminar hasta que os lo diga. Si no es así, no os dejaré salir de aquí.

—Está bien, si insistís. Obedeceré vuestros consejos, pero saldré de aquí de inmediato.

     Sarah lo miró con resignación.

—Estos hombres os ayudarán a acomodaros en vuestro aposento. Es lo único que se puede hacer por el momento. Subiré a revisar vuestras heridas en cuanto termine de atender a estos nuevos heridos.

—¡Alabado sea Dios! ¡Por fin un rayo de sensatez! —exclamó Diego Manrique intentando incorporándose.

—¡No os mováis! Los soldados os ayudarán...

—¿Sabéis que mandáis mucho para ser una mujer?

     La pregunta sonsacó una sonrisa a Sarah.

—Alguien ha de hacerlo, don Diego. ¿Conocéis a alguien que pueda hacerlo mejor que yo? —le advirtió Sarah mientras se volvía y ordenaba a los soldados—. Ya han escuchado al Conde, pueden trasladar a don Diego arriba y colocar a ese hombre en el camastro que queda libre. Lo examinaré ahora mismo.

      Los hombres asintieron mientras procedieron a obedecer la orden.


Una hora después, Sarah levantó la cabeza al escuchar, un ruido procedente de la escalera. Tres mujeres y un sacerdote cristiano, miraban el lugar como si hubiesen bajado a las mismas entrañas del infierno, mostrando sorpresa por la cantidad de heridos que había. El religioso abarcó con la mirada todas las camas y cuando detectó la presencia de ella, se separó de las mujeres y se dirigió hacia donde Sarah se encontraba. Nada más acercarse le preguntó:

—Imagino que debe ser usted la curandera...

—Sí, señor —respondió Sarah de forma cautelosa—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Estas mujeres que me acompañan se han ofrecido a ayudarla, si usted lo permite... Sabemos que está necesitada de ayuda para atender a tantos heridos y querían contribuir a la labor que usted está haciendo. Algunos de estos hombres, hubiesen muerto si usted no los hubiese atendido con urgencia.

JURAMENTO DE HONOR (COMPLETA) # 2 SAGA MEDIEVAL #PGP2023 #FlowersATahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon