Capítulo 18-b ❤️

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Era la décima vez que Chris marcaba, y colgó más enfadado al ser enviado al buzón de voz, por décima vez también. Cansado, frustrado y comenzando a rozar la histeria, decidió enviar otro furioso mensaje:

«¡No hagas esto, no puedes!»

Jill lo leyó y descargó su propia rabia golpeando el volante. Otra ronda de llanto inundó el coche. Apoyó la cabeza en el centro del círculo, menos mal que el claxon no estaba instalado en ese punto. Quiso sosegarse con respiraciones profundas, pero cuando intentaba inhalar, el aire se le escapaba, como si el propio cosmos se lo impidiera para alargar el castigo.

Chris llamaba de nuevo. Valentine no resistió más y contestó.

—¡No quiero escuchar nada y no tengo nada que decirte! —le gritó.

—¡Maldita sea, Jill! ¡No puedes decirme que vas a destruir lo que tenemos y esperar que me quede tranquilo!

—¡¿Y qué se supone que tenemos?!

—¿Algo... algo mejor que lo que tienes con ese inútil? ¡Abandónalo a él!

—¿Para estar contigo? ¿Acaso significo algo para el gran Chris Redfield?

—Por Dios, Jill...

—¡Responde entonces! ¿Qué soy para ti? ¡Nada, tan solo una amante! Seguro encontrarás pronto con quién reemplazarme.

—¿Qué? ¡Cómo puedes decir algo as-...! —intentaba reivindicar.

Ella lo interrumpió.

—¡Pues, es cierto! ¿Sientes algo por mí? ¿Quieres una vida a mi lado? ¿Qué es eso tan bueno que tenemos, además de sexo?

Chris no encontró palabras. ¿Cómo decirle lo que sentía? Siendo franco consigo mismo y con ella, no sentía nada. Y no solo en ese aspecto de su vida, sino en todos. Vivía, supuestamente, bajo su determinación de 'cumplir con su deber'; pero viéndolo objetivamente, no hacía nada más que ahogarse en la anhedonia. Buscando sentir algo de vida, se había dejado llevar por la aventura, como quien adormece sus complicaciones con sustancias. Solo que los humanos no son drogas, ni las mujeres un buen trago, así que no tenía derecho a sorprenderse por los resultados. ¿Había sido tan egoísta? ¿Había estado disfrutando de la sensación de ser el jefe todopoderoso que se acuesta con una mujer prohibida? Y si se ponía a reflexionar sobre su propio autovalor, ¿qué era él para Jill si ella nunca había ni siquiera imaginado romper con Carlos? ¿Estaba conforme con ser un parque de diversiones y no el hogar de nadie?

—Jill... —masculló sin ideas, solo para volver a quedarse mudo.

—¿Lo ves? ¡Deja de llamarme! ¡Terminamos! —gritó Valentine y colgó resuelta.

Chris lanzó el teléfono por los aires.

La próxima que llamó fue Sherry. Acababa de llegar al lugar acordado. Jill apagó el celular luego de hablarle y lo abandonó en la guantera. Bajó de su automóvil y fue a su encuentro. Le iba a confesar todo, necesitaba liberar la culpa de su pecho, un poco al menos. Con algo de suerte, en la sensibilidad y sabiduría incorruptibles de Sherry, encontraría consuelo y quizás hasta un buen consejo.

Chris apoyó la espalda en el respaldo del sofá, y se sintió desesperanzado hasta que escuchó el campaneo de la línea fija. Corrió a levantar la bocina a toda prisa, creyendo que Jill se había arrepentido, pero el que llamaba resultó ser Dufresne.

—¡¿Qué es lo que quieres?! —vociferó enfurecido.

—Oye, cálmate, ¿qué ocurre? —le preguntó Bruce, consternado por la inesperada respuesta.

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Where stories live. Discover now