Capítulo 7

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Jill caminaba muy tranquila llevando su bolso más pequeño en tanto Carlos cargaba en su hombros su propia mochila. Arrastraba la maleta de la rubia, y caminaba tomándola de la mano, con los dedos entrecruzados con los de ella, para demostrarle su amor a todo el aeropuerto. Chris venía por detrás en compañía de su equipaje y escoltado por la secretaria del presidente. Vio al brasileño acercarse a decirle algo a Valentine en el oído, ella comenzó a reírse y lo empujó. Chris desvió la vista. Sabían que no estaban solos, ¿en serio necesitaban ponerse tan melosos?

Observó luego que la mochila de Olivera era bastante pequeña y su primera duda fue si guardaba su traje formal dentro de esta, sin cuidado y completamente arrugado, como el salvaje sin educación que era, o si lo traía bien acomodado en la maleta de ella. De ser lo segundo, seguro que fue Jill quien lo obligó. Se preguntó después cuánto trabajaba ella en hacer de aquel tipo un simio civilizado o si su neandertal carácter era lo que le parecía atractivo. Y por último se preguntó cuánto tiempo llevaban conociéndose, si se iban a casar, quién dormía de qué lado de la cama y quién comenzaba a acariciar al otro cuando...

"¡Imbécil!", refunfuñó dentro suyo en contra de Carlos al imaginarlo tocando a su exprometida.

—Oigan, chicos, ¿quieren ir a desayunar con nosotros? —les preguntó Jill volteándose a interrumpir sus pensamientos.

—Gracias, pero no puedo. Me esperan en la sede —respondió el comandante muy serio.

—Seguro que pueden esperar a que te bebas un café con nosotros, Redfield —insistió Carlos muy amable.

—No lo creo. Soy el director, no el rey; tengo obligaciones más que privilegios.

Carlos no supo qué más decir. Chris se adelantó a ellos y sin despedirse ni de lejos con la mano abordó el vehículo que lo esperaba. Melissa los miró a ambos sin poder decidirse entre seguir al comandante gruñón o quedarse a hacer mal tercio con la pareja.

—Los veré luego —se despidió y se fue tras Chris.

—¿Lo ves? No le agrado —insistió Olivera.

Valentine miró el vehículo alejarse y dudó que el hombre que se marchaba en este fuera el mismo amigo que ella creía conocer desde hace más de veinte años. Quería decirle a su novio que no se preocupara, que "él es así", pero estaría mintiendo. El Chris que conocía no se comportaría nunca de esa manera.

De pronto, un pequeño pensamiento voló entre las posibilidades, ¿acaso estaba... celoso? ¿después de todo lo que sucedió, o mejor dicho, que no sucedió entre ambos?, ¿perdió la memoria y perdió la cabeza?

Pero no solo era esa situación lo anormal, sino toda su personalidad. Ese Chris Redfield era demasiado extraño. No era más el fuerte y bondadoso capitán que se preocupaba por su equipo como por su propia familia. Ahora era el semblante estricto y serio que nadie quería quedarse viendo; demasiado rígido con sus palabras y poco empático. 

—No te lo tomes personal, cariño. Tiene mucho trabajo, seguro que... está estresado —terminó justificando Jill.

Lo cierto era que Chris había adoptado esa forma de ser porque estaba harto de sentirse desvalido, herido y desesperanzado. Justo como se sentía hasta el momento que su memoria mantenía registro. Pero como entre sus recuerdos no existía el vuelco de emociones que le ayudó a terminar de recuperarse, terminó por aceptar que su realidad era inmejorable y que lo único que le quedaba era seguir dando pelea; y para eso no necesitaba ser cortés con nadie. De hecho, no quería tener más amigos ni compañeros, para que nadie nunca lo volviera a apreciar más de la cuenta y para que no se decepcionaran cuando tuviera que tomar decisiones no tan humanas. Estaba seguro de que debería hacer cosas de las que no iba a estar orgulloso, lo supo desde el primer momento en que le ofrecieron ser el comandante general de la alianza. No le importaba casi ninguna otra cosa que no fuera detener a los bandidos que insistían en jugar con virus y mutantes. 

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Where stories live. Discover now