Capítulo 9

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—Ya lo sé, no son doradas, solo lo dije para molestarte —aclaró Leon sin que nadie se lo hubiera pedido.

Se refería a las pegatinas que escribían su nombre en la puerta de su oficina. Acababa de abrir antes de que ella golpeara porque había escuchado sus pisadas en el pasillo. No podía ser otra persona, el edificio estaba prácticamente vacío y era la hora señalada.

'Leon S. Kennedy' deletreaban los stickers. ¿Dónde había oído ese nombre antes?, no pudo decirlo exactamente. Kay conocía muy bien la identidad del odioso rubio, aunque sin la 'S' en el medio. Y, por algún motivo, al leer todas las piezas juntas, algo se había despertado en su memoria. 

Pero el recuerdo no era claro y como el agente estaba de pie delante de ella esperando a que reaccionara, decidió dejar la incógnita para otra ocasión. 

No supo qué contestar al comentario sobre el color de las letras. Por supuesto que había notado que no eran doradas, sino negras, como las de las demás oficinas. Pero no terminó de hallarle el chiste a la situación; y no solo porque no tuviera gracia, sino porque Leon actuaba raro. Tenía los ojos algo enrojecidos y lucía bastante agitado y distraído.   

El hombre llevaba un suéter de lana delgada de color azul oscuro, pantalones grises y unos botines negros. Un reloj de manillas de cuero en su muñeca y un collar con un dije opaco jugaban el papel de accesorios. No estaba desaliñado, pero sí notablemente despeinado. Lo supo cuando la chica movió los ojos hacia su cabello y puso una mueca como de risa. Se lo acomodó con los dedos y se hizo a un lado para invitarla a pasar.  

—¿Y bien? —prosiguió a preguntarle, e indeciso sobre qué hacer con sus manos, las apoyó sobre su cadera. 

Kay observó su nerviosismo buscando la causa, y la halló en un ligero vaho alcohólico que flotaba en el ambiente. "¡¿Estabas bebiendo?!", lo juzgó escandalizada, pero no se atrevió a decírselo. El rostro del agente Kennedy no expresaba el ánimo de quien se sentía avergonzado por una travesura, sino el de alguien que bebe a solas, sin ninguna otra motivación más que la depresión clínica. 

—Aquí está el informe —contestó levantando los papeles que traía. 

—¿Cuántas copias hiciste? —le preguntó.

—Siete, si necesitas más...

—No. Creo que seremos ocho, pero no importa. Puedes darme otra copia mañana o enviármela por correo electrónico. 

—Ya lo hice —le dijo ella muy diligente. 

—Estupendo.

Kay apretó los labios y se sintió incómoda. Había llegado hasta esa oficina con la idea de hacer enojar al rubio, mas ahora su empatía estaba diciéndole que su deber era preguntarle si se sentía bien. Pero no iba a hacer ni lo uno ni lo otro. ¿Qué sabía de él como para entrometerse en sus problemas de todos modos? Y tampoco podía decir que Leon Kennedy estuviera muy arriba en su lista de posibles amistades como para elegir ese preciso momento para empezar a conocerlo. No, no tenía sentido lanzar la pregunta. 

Dejó los papeles sobre el escritorio. Él se frotó la barbilla. 

—Am... ¿Qué debo hacer en la reunión? ¿Quieres que explique algo o solo hablaré si me lo piden?

—No lo sé, tu jef... —se detuvo para evitar mencionar al comandante —. O'Brian no me dijo nada. Pero es lo de siempre, no te preocup-... —volvió a detenerse y esta vez la miró con extrañeza.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

Kennedy se acercó y movió la tela de la solapa de su chaqueta para ver mejor. Katherine tenía un enrojecimiento en la piel. 

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora