CAPÍTULO 15

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La oficina de Leon Kennedy no era la única que había estado siendo usada para servir a propósitos nada serios y que nada tenían que ver con la función de su trabajo; había otra que hacía de caja fuerte para un secreto. Pero los secretos no pueden mantenerse ocultos por siempre; y el que escondía esta oficina, en especial, lastimaría profundamente a más de una persona cuando fuera expuesto.

Jill Valentine se repuso de su malestar y acudió a la base a ver a su exprometido para anunciarle que iba a convertirlo también en su examigo, que lo de la otra mañana fue un error imperdonable y que no creyera que, por haberla seducido en un momento de debilidad, ella estaría dispuesta a destruir todo lo que tanto le había costado construir. Pero en lugar de aferrarse a su determinación, terminó semidesnuda sobre el escritorio, intentando controlar el volumen de sus gemidos. El mismo esquema se repitió dos veces más, una en la silla, y la otra de nuevo contra el muro. Para el cuarto encuentro, ya no tenía sentido seguir proclamando algo que no iba cumplir, y de ahí en adelante ser infiel pasó a ser parte de su rutina.

Salía cada mañana a reportarse a la base para cumplir con su trabajo de supervisora del departamento de recursos humanos, pero pasaba parte de su turno en la oficina del comandante Redfield, revisando solicitudes y analizando los resultados de sus operativos pasados, los presentes, así como los proyectos futuros de la alianza. Nadie sospechaba que, a más de atender sus deberes, se ocupaba también de satisfacer los arranques de lujuria de su colega, y los de ella misma. Quería detenerse, lo había intentado y había diseñado mil maneras de alejarse, pero el sabor del dulce fruto prohibido era demasiado adictivo... y Chris sabía proveerlo como nadie. Estando cerca de él, el buen juicio y la decencia se esfumaban como agua que se evapora al calor del sol incandescente.

La parte no tan agradable era regresar a casa y encontrarse con el hombre bien parecido y cariñoso que la esperaba listo para abrazarla y complacerla, sin sospechar que todas las ganas de su amada rubia se escurrían en otros brazos.

Carlos se dio cuenta del cambio, Jill ya no demostraba el mismo deseo, pero optó por no reclamar y no enfadarse, suponiendo que sería un efecto más o menos normal. Era la primera vez que ambos estaban experimentando ese nuevo formato de convivencia. Además, se había mudado a empezar una nueva vida con ella con la plena conciencia de que vivir en pareja es un reto, y resignado a la inevitable frustración de que el primer campo afectado sea siempre el de las relaciones físicas. Decidió no presionarla, iba a ser paciente. Después de todo, tenían todo un futuro por delante y no había necesidad de estropear la oportunidad que tantos años esperó tener, por ponerse a exigir un poco más de atención.

A Chris, por su parte, le daba lo mismo a quién pudiera ofender o quién pudiera salir herido. Lo único que le importaba era terminar de enloquecer a Jill para que se olvidara de ese tonto de peluca rizada, y aceptara regresar con él. Y su historia de traición sería una buena trama de amor renacido, excepto porque, en cuanto consiguió privilegios sobre el cuerpo de la hermosa agente, ya no estaba tan interesado en recuperarla para retomar su compromiso, y solo quería continuar su aventura sexual hasta robársela al extranjero. No lo consideraba algo de lo que estar orgulloso, sabía que no estaba en sus cabales. Pero ser consciente de sus transgresiones y tener control sobre sus actos era un tipo de integridad que el comandante ya no poseía.

Los días pasaron. Varios eventos eran inminentes y había que concentrarse. Chris se esforzaba por dejar de imaginar aquellas hermosas caderas curvas meciéndose sobre su espacioso y reluciente escritorio, subiendo y bajando en coordinación con sus propios movimientos erráticos y poco coordinados. ¿Cómo podía Jill controlar tanto sus sacudidas en una posición tan incómoda? Esa mujer era excepcionalmente sensual, e increíblemente diestra y creativa para llevar más y más lejos esa sensualidad.

𝚂í𝚗𝚍𝚛𝚘𝚖𝚎 𝚁𝚎𝚍𝚏𝚒𝚎𝚕𝚍 - 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸, 𝙰𝚗𝚝í𝚍𝚘𝚝𝚘Where stories live. Discover now