Y no me pregunten la razón, que en el mundo siempre habrá gente con ganas de joder.
-¿No vas a salir con tus amigos? –preguntó una voz grave desde el pie de las escaleras. Apreté los ojos queriendo morir. Mierda. Me di la vuelta sobre mis talones, cambiando mi peso de un pie a otro. ¿Era mi idea o su rostro lucía más retorcido de lo normal?
-No –respondí, pareció casi una pregunta, tragando saliva. Él me observó y subió un par de escalones, apresurándose hacia mí. Quise retroceder unos escalones más atrás, pero entonces supe que si lo hacía, me caería, y no sería muy agradable no poder correr con mi vida.
-Qué divertido, tú siempre sales con tus amigos –comentó amablemente, borrando su sonrisa maquiavélicamente. –Tú siempre escapas.
-Me mordí con fuerza el interior de mis labios, sintiendo la caliente e impaciente mirada de mi a-ser-padrastro. –No sé de qué hablas –murmuré.
-Oh, yo creo que sí sabes –me miró, intimidándome, de repente haciéndose más grande que yo. –Creo que sabes exactamente de lo que hablo. No creas que no sé lo que está ocurriendo. No creas que no lo sé todo.
Intenté mantener una expresión neutral, y juro que lo hice, pero se sentía como si pelotas de ping-pong rebotaran en mi estómago. ¿Byron estaba admitiendo que él era el anónimo?
Sentí el almuerzo de hacía cuatro horas pesar terriblemente en mi estómago. Unas ramas golpetearon contra la ventana, sacándome de la duda de que estaba soñando. Un perro ladró fuera en el patio, y Byron estaba tan cerca que sentía su repulsivo aliento con olor a ron cerca de mi rostro. Puso una mano fría y dura como el hielo en mi brazo, apretando con fuerza. –Escucha, y escucha bien –susurró con los dientes apretados. –Todo lo que quiero es lo que me pertenece. No creo que eso sea mucho pedir. Y si no me es dado, puedo –y lo haré- ir a grandes distancias para asegurarme de obtenerlo. Puedo jugar sucio, muy sucio. Y pásale el mensaje a tu amiga, ¿entendido, “hijita”? –sus labios se torcieron en una cruel sonrisa, y sus uñas se enterraron en mi piel. Mi mandíbula temblaba. Estaba sola en casa con él. Justin no podría protegerme ahora.
Asentí con la cabeza, y así mismo, me soltó, y bajó las escaleras a trompicones, haciéndome querer empujarlo y acabar con esto de una vez. Pero tenía miedo. Tenía que impedir su matrimonio con mamá como fuera posible.
Me di la vuelta de cara a mi habitación, y me detuve en seco. Había una notita pegada a la puerta ondeante con el viento. Las palabras escritas con rojo carmesí estaban garabateadas, como si el apuro y el desenfreno estuvieran poseyendo a la persona que lo escribió.
“Tic-tac, _____kins. ¡El tiempo se acaba!”.

“Justin”.
Cuando me topé con el guardia de la entrada de la clínica, me lo quedé mirando durante un buen tiempo, apretando la navaja en el interior del bolsillo de mis pantalones. Finalmente, me dejó entrar. Idiota.
La clínica estaba atestada de gente. Cómo se notaba que había un anónimo jodiendo a cada persona. Sentí varios tropezones en los hombros y recorrí mi mirada a lo largo de la gran sala repleta de gente enferma y con contusiones. Era horrible, pero supongo que tenía que hacerlo si quería acabar con todo esto. Tenía que advertirle a la madre de _____ sobre que su futuro esposo era un traficante, y que probablemente mataría a Skylar si ella alguna vez pisase esa casa, y además a ella. A ambas, más bien. Y sé que lo mataré si lo hace y entonces regresaré a la cárcel, y no será nada bonita la manera en que me encargue de proteger a ____ estando allí dentro.
Me acerqué al mostrador donde una mujer morena revisaba un papeleo con un teléfono atrapado entre su oreja y su hombro. Me humedecí los labios.
-Necesito hablar con Amanda Dayne urgentemente –le dije, y ella subió su mirada negra hacia mí, quedándose paralizada de inmediato. Obviamente que me había reconocido como el gángster adolescente de Arizona. Y digamos que tiene sus ventajas.
Apretó un botón, y su voz se hizo eco de inmediato en la sala ecoica. –Doctora Dayne, la necesitamos en recepción ahora –dijo, casi histéricamente. Sonreí.
-Gracias.
Me mordí el labio con fuerza mientras metía las manos en los bolsillos. Ella tenía que venir ahora.
Vislumbré una tez pálida y un uniforme azul pálido abrirse paso entre la gente y me enderecé, preparándome psicológicamente porque, seguramente, habría un enfrentamiento en menos de cinco horas si ella me creía todo lo que le diría. Y tenía que hacerlo.
-Justin –arqueó sus cejas, y se inclinó para chocar nuestras mejillas en un cariñoso beso.
-Señora Dayne –intenté sonreír. Maldita sea, no iba a tomar el té con ella, iba a decirle que su esposo es un criminal.
-Por favor, llámame Amanda. Me hace sentir vieja, sabes –se rió, y a mí simplemente no me daba risa en lo absoluto en este momento, pero igualmente sonreí con incomodidad.
-Yo, um, necesito hablar con usted –insistí. ¿Podía notar la desesperación en mi voz?
-Cariño, ¿es algo malo? –formó una pequeña “o” con su boca. Abrí la boca para contestar, tomando aire. A continuación, asentí frenéticamente sin decir una palabra y ella me indicó con un movimiento de cabeza que le siguiera. Le obedecí, y nos encontramos caminando hacia una pequeña oficina con un pequeño ventilador rechinante y un solo escritorio repleto de papeles y tazas de café vacías. Ella se frotó las manos en los muslos.
-¿Gustas un café o algo? –preguntó, sonriendo nerviosamente. La tomé de los hombros y la empujé sutilmente hacia abajo, haciéndola sentarse sobre una silla de plástico blanca desgastada. Tragué saliva y me posicioné a su lado, mientras ella me miraba con una pizca de miedo en sus ojos. Y de repente, me recordó a _____. Me di cuenta de que en verdad eran idénticas, y de que eran igualmente vulnerables.
-Amanda, escucha –dije, respirando agitadamente a causa de la adrenalina. –Y escúchame bien. Tu familia está en peligro.
-¿Qué? –casi gritó, horrorizada.
-No, no, por favor cálmate –asentí, agarrándola de los hombros. –Se trata de Byron.
-S-sí, ¿qué pasa con él? ¿Qué hizo? –gritó, temblando. Santo cielo, estas mujeres no pueden mantenerse tranquilas por más de tres segundos. Me preguntaba cómo es que era médico.
-Él es un peligro para ____. Es un peligro para ti –expliqué. Ella parecía no entender una palabra. –Ha estado exprimiéndole dinero a Megan, es un traficante, y puedo demostrarlo.
-No te atrevas a jugar con esto, Harry –dijo, con las lágrimas punteando en sus ojos. Negué con la cabeza.
-¡No estoy jugando! –insistí. –Ha amenazado a ____ con que lo sabe todo. Él la está acosando, la está amenazando, Amanda, va a tener el control de todo si llegas a casarte con él. Por favor, tienes que creerme.
-¿Cómo en el cielo pretendes que te crea? –gritó. -¡Estamos hablando de mi prometido, Dios mío!
-Por favor –insistí. –Tengo que hacer algo. No puedes casarte con él, es peligroso. Él va a destruirte, Amanda, y a ____ también.
Rebusqué en mis bolsillos hasta sacar la nota del anónimo que había tirado hacía unos días.
-Aquí –le dije, entregándoselo. Ella lo leyó frenéticamente, y gritó.
-¡Oh, Dios mío! –gritó. –Él no puede hacerle daño a mi hija, Justin, oh, por favor –dijo, sosteniéndose las sienes. Asentí.
-Yo, yo voy a hacer algo, ¿vale? Pero necesito que te quedes aquí –le dije. Nos sobresaltamos cuando mi teléfono sonó, y entonces lo busqué con desesperación. Frunciendo el ceño, leí detenidamente cada letra de la bandeja de entrada, del nuevo mensaje. El remitente era una mezcla de símbolos y signos sin sentido.
“¡Tic, tac, tic tac! ¡Adivina quién está cerca!”. Maldición. Tenían a ____.
Me levanté automáticamente de la silla y Amanda me imitó, poniéndose alerta. Atravesé mi brazo entre ella y la puerta para que no pudiera salir, y la miré a sus ojos asustados.
-Quédese aquí –le advertí, antes de salir corriendo hacia la motocicleta.
*** “____”.
Ese día lo había decidido. Si Justin no iba a hacer nada al respecto aún sabiéndolo todo, entonces lo haría yo. Me enfrentaría a Byron sola. Me había parecido correcto el robar la pistola de Justin del cajón esta mañana y esconderla en mi ropa interior. Sabía que esto era una locura, pero tenía que hacerlo por mi mamá. Yo quería que ella fuera feliz, y no iba a poder serlo si vivía bajo el mismo techo de un asesino. Además, el miedo es para cobardes. ¿Qué es lo peor que podría pasarme? ¿Morir? Ya había estado bastante cerca de hacerlo.
Abrí la puerta suavemente, trancándola con igual sutileza, con cuidado de no generar bullicio. De acuerdo. Esto sería rápido. Iría a donde quiera que él estuviera, le diría que lo sabía todo, que se detuviese, que se fuera, y si no me escuchaba e intentaba hacerme daño, yo le dispararía.
Revisé los cuartos, pero nadie estaba allí. La sala estaba totalmente vacía. Pero él tenía que estar en casa. Y si no lo estaba, iría a buscarlo a donde fuera.
Entré a la cocina dando pasos lentos, y mi corazón dio golpes acelerados y desesperados cuando la figura intimidante de Byron apareció frente a mí. Él sonrió torcidamente, como si nada de esto estuviera ocurriendo. Sostuve más el arma en mi mano y él se levantó de la mesa como si estuviera en un programa de cámaras ocultas, y él fuera a devolverles la broma.
-Vaya, eso es lo que les enseñan a los niños ahora –bromeó. Tragué saliva.
-No finjas que no lo sabes –le dije, con la voz temblorosa. Mis manos temblaban como gelatina a medio cuajar. Sentía ganas de vomitar. El pánico se estaba apoderando de mí. –No voy a permitir que tú y mi mamá se casen.
Rió. -¿Por qué no? Pensé que te gustaba mi pollo horneado. Podríamos cambiarlo, si quieres.
-¡Deja, de, bromear! –le grité. –Esto no es una jodida broma. Estoy furiosa, Byron, debes saberlo. Es mi madre. Es mi vida con la que has estado jugando todo este tiempo. Lo has jodido todo. Tú, y tus estúpidas… tus estúpidas indirectas y amenazas. Tus acciones lo han dañado todo –escupí con rabia, con ganas de llorar del enfado y del miedo. –Y ya no voy a seguirlo permitiendo.
Sonrió y se acercó a mí. Me eché hacia atrás y lo apunté fijamente con la pistola de Justin. Él levantó las manos, sonriente.
-Oh, vamos –me dijo, negando con la cabeza, como si fuera una broma. Era un total sádico. –Vas a cortarte con eso o algo así, niña.
Tragué saliva, derramando lágrimas desesperadas de rabia y de miedo por lo que estaba a punto de hacer. Mis manos temblaban como si estuviesen siendo agitadas a propósito. Mis piernas eran inestables al igual que mi respiración.
Sonrió. –Supongo que ahora me dirás que tu novio te vengará –aventuró casi esperanzado, o eso me pareció. Y por supuesto. Esto sonaba como un especie de presagio a algo que sucedería después de los hechos. Y, bueno, sí. Probablemente yo muriera hoy.
-N-no lo metas e-en esto –titubeé, furibunda y asustada. Se acercó a mí, cruzando sus brazos sobre su pecho. –Tampoco a mi madre. Esto es entre tú y yo.
Rió histéricamente. –Bien. Ahora cumpliré con lo que se me ha encargado –sonrió, acercándose a mí y tomando un cuchillo para cortas carnes rojas que Amanda había comprado en un centro comercial cuando yo tenía diez años y había obligado a Byron a conservarlo aquí. Mi estómago cayó y apreté más el arma.
-Podemos hacerlo por las buenas, o por las malas –me dijo. No contesté. La sensación de valentía me abandonaba por momentos. Me di cuenta de que estaba a punto de terminar de regodearse en su victoria. Aunque, de pronto, me invadían oleadas provenientes de Dios o de mi conciencia que me decían que yo sería lo suficientemente fuerte esta vez, aunque lo dudaba.
-Vale –sonrió, borrando su sonrisa y convirtiéndola en una mueca retorcida, y apretó el cuchillo en su mano derecha, apuntándolo hacia mí, dando pasos hacia delante. Me eché hacia atrás, apretando el arma con tanta fuerza que me dolieron los dedos y mis nudillos se volvieron blancos.
Ahora me sentía realmente mal. Sabía que iba a ser doloroso y que no se conformaría con matarme de sopetón. Esto sería lento, y lo odiaría, pero al menos moriría por alguien que amo, y eso debería contar algo. Era incluso noble. ¿Estoy en lo cierto?
Lloriqueé, y apreté el gatillo, dejando salir un disparo que resonó con furia en la cocina y que dio a mi objetivo justo en el brazo, haciéndolo emitir un grito gutural de “¡maldición!”. No pude evitarlo, corrí con el arma flaqueando en mis dedos, aún sabiendo que mis rodillas estaban muy débiles y que sería irremediablemente torpe e inútil. Nadie estaba para ayudarme. Deseaba que Justin apareciera. Lo deseaba fervientemente.
Me invadió el pánico como cuando vas a la cocina en busca de agua a las doce de la madrugada y todo está oscuro, y comencé a correr hacia la puerta de salida, pensando en que iría a la policía lo más rápido que pudiese. No quería matarlo. Tenía miedo de ser yo quien lo hiciera.
Sentí un jalón brusco de cabello hacia atrás, y caí de espaldas, lastimándome la columna con el duro piso de madera. Chillé del dolor y volteé a mi lado, intentando en vano recoger el arma de unos centímetros más allá de mis dedos. Entonces, su zapato piso mi mano duramente y grité.
Alzó su pierna, y pateó mi costado, volteándome bruscamente. Su pie volvió a aterrizar en mi estómago, y sentí el poco aire que me quedaba salir de mis pulmones. “Justin, por favor, ven por mí, no me dejes morir”, pensaba, pero yo sabía que era demasiado tarde. Entonces, comenzó a repetir su acción en distintas partes de mi cuerpo. Entonces lo entendí. Iba a morir golpeada.
*** “Justin”.
-¡Maldita sea, Ryan, conduce más rápido! –le dije, tenso. Él apretó el volante.
-No vamos a llegar a tiempo si continúas armando una escena. Por favor, cálmate, que esto es serio –me regañó.
-¡Ya sé que es serio, pero el anónimo tiene al amor de mi vida, y ¿pretendes que me calme?! –grité guturalmente.
-Hombre, Harry –Chaz puso una mano en mi hombro, incitándome a que respirara. –Viejo, por favor…
-¡No voy a perderla, Chaz! –grité con furia. -¡Nadie va a arrebatarme a ____! ¡Yo se lo juré!
Miré mi teléfono celular cuando sonó una vez más, deseando con todas mis fuerzas que esto no fuera un aviso de que ya era demasiado tarde. Pero sólo era un texto de Megan.
“Lo que Marie siempre supo decirnos es, ¡que una de las amigas de la Universidad de ____ es el anónimo, y la tiene! Responde si tienes esto”.
El teléfono se me escapó de las manos en mi regazo. Leí el texto de nuevo. Y otra vez. Las palabras bien podrían haber sido escritas en árabe, yo no podía procesarlas todas. “¿Estás segura?”, envié un mensaje de vuelta. “Sí”, Megan respondió. “Ve a buscarla. AHORA”.
Tiré el teléfono en mi bolsillo y me bajé del auto de golpe cuando estuvimos frente a la casa de Byron. Abrí la puerta a empujones y me encontré con el retorcido rostro de Byron mirándome, abriendo y cerrando los puños. Había un arma en el suelo, y ____ no estaba ahí.
-¡Maldito! –le grité, corriendo y abalanzándome sobre él.

LOST | 2da TEMPORADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora