Capitulo XXXVI

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El buffet de abogados parecía una guarida de vampiros, afuera brillaba el sol pero ese edificio era extremadamente sombrío. Estaban todos, los de ella y los de él. Y aunque el estereotipo del trabajador de la justicia definía a hombres y mujeres fríos, todos los presentes mostraban pesar silencioso. En especial Lautaro quien, parado detrás de su jefe, ignoraba los mensajes que en su teléfono le que pedían actualización de los hechos.

Su jefe firmaba el documento con un trazo firme y elevado. Un mechón rubio cayó sobre su frente mientras lo hacía, se lo apartó con la mano izquierda y deslizó el documento a Loreley frente a él.

Una abogada delgada y pálida le indicó en susurros dónde tenía que firmar. Loreley recorrió el papel dibujando su firma hoja por hoja. Eriond no la miraba, observaba un tragaluz que hacía esfuerzos titánicos por filtrar algo de sol a la habitación iluminada por tubos led. Tenía los labios secos.

- Eso es todo – anunció la dueña del Buffet, una mujer entrada en años y con aspecto solemne- el proceso de disolución entra en trámites, si en algún momento desean darle marcha atrás solo tienen que llamarme.

Colocó su tarjeta personal en el centro de la mesa a sabiendas que sus dos clientes la tenían agendada en sus celulares. Estela llevaba 3 años llevando los asuntos legales de Maind y Bachert, no entendía la decisión ni la aprobaba pero también sabía que no tenía vela en ese entierro.

Los presentes comenzaron a retirarse lentamente, antes de seguir a su jefe Lautaro estiró los dedos y se robó la tarjeta. Estela le sonrió y asintió con la cabeza.

Eriond se subió al auto y le dijo desde la ventanilla:

- Tomate el día Lautaro, no te necesito hoy.

El jovencito lo vió alejarse por la Avenida de Mayo y palpó la tarjeta en su bolsillo.

"Perdón Luz", pensó "no puedo seguir con esto".

Luz lo observó del otro lado de la pantalla de la laptop.

- Te entiendo, pero no te metas en mi camino – le dijo en voz alta.

Se sintió cansada, como si estuviese a punto de resfriarse. Le dolía el cuerpo, pero sabía que simplemente estaba captando las emociones de sus personajes. Principalmente a Eriond... sabía que esto lo partía en mil pedazos, pero quizás algún día tendría la oportunidad de decirle que era un sacrificio necesario.

Salió a su balcón y se apoyó en la baranda mientras miraba la primera estrella de la mañana aparecer en el cielo.

- Algún día, en otra vida chicos. Pero no en esta. No en esta...


La Lágrima DoradaWhere stories live. Discover now