CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

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—Te extrañe —le digo pegada a su pecho mientras soba mi cabello mostrándome su cariño.

—Pero si nos vimos ayer, corazón —deja de abrazarme para tomar mi rostro entre sus manos y mirarme a los ojos, ojos que ahora se encuentran llorosos. Se me escapa una lágrima y ella con su dedo pulgar se encarga de limpiarla con una sonrisa que me llena el corazón —. Hey, no llores, ¿Sí?, Ahora todo está bien, yo estoy bien.

Me da un beso en la frente y asiento volviéndola a abrazar, volviéndome a hundir en sus reconfortantes brazos, sintiéndola más cerca que nunca, oliendo su suave perfume, haciéndome perder en ella.

De un momento a otro, por razones inexplicables, ese espléndido olor se va tornando a uno más intenso, más fuerte, parecido a la fragancia de un hombre, lo cual me resulta extraño.

Los brazos que me rodean dejaron de ser los de mi madre y pasaron a ser unos con más tonificación, haciendo caer en cuenta de que definitivamente la persona a la que estoy abrazando no es ella.

Alzo mi cara confundida y halló a mi padre entre sollozos agonizantes, él me aprieta con fuerza y por insisto llevo mi mano a mi rostro, paso mis dedos por mis mejillas y las encuentro empapadas de un líquido salado que se cruza por mi boca. Estoy llorando.

—Papá... ¿Qué?... —no sé qué decir, me quedo sin habla mientras mi pecho se aprieta.

Vuelven a tomarme del rostro, pero esta vez no es mi madre; es mi padre y me resulta muy confuso ya que hace un segundo estaba con ella.

—Cariño... Serás fuerte, ¿Verdad?, hazlo por tu madre.

No entiendo sus palabras. Observo a mi alrededor y ya no estamos en el hospital, me encuentro en casa, específicamente en la habitación de mamá. Estoy al lado de su cama en medio de los brazos de mi padre. La enfermera se encuentra del otro lado desconectando los aparatos que rodeaban el cuerpo ahora pálido de la mujer que tanto admiro y amo.

—No... No...

Empiezo a entrar en negación, empiezo a imaginar que esto no es real, que esto no está pasado, que solo estoy soñando, pero la verdad, se vuelve más real cuando veo que la enfermera decide tapar todo su cuerpo en sus sábanas blancas.

—No... —es lo único que mi boca suelta, no puedo decir nada más.

Los sollozos se vuelven más fuertes, más ahogadores.

—Carla, tenemos que aceptarlo —dice mi padre, pero es algo que ni él se cree—. Ella... Murió.

Murió.

Murió.

¡Mi madre!... ¡Murió!

Me levanto abruptamente de mi cama, sentándome en ella con la respiración dificultada. Siento mi pecho acelerado y parece como si mi corazón se fuera a salir de mi interior.

Estoy temblorosa y al pasar las manos por mi cara noto que estoy sudando. Lo que acaba de pasar es la clara señal de solo algo, algo que creía que nunca volvería a pasarme:

Las pesadillas volvieron.

La pérdida de mi madre hizo que no pudiera dormir por meses.

Noches y noches se repetía una y otra vez la misma pesadilla, recordándome la última vez que la abracé y la última vez que la vi; cuando se fue y me dejó para siempre.

Duele, duele demasiado, y saber que las pesadillas siguen y que no las he superado del todo hace que duela aún más.

—¿Car...? —se levanta Lara asustada, tomándome del hombro—. ¿Todo bien?

No Soy Esa ChicaKde žijí příběhy. Začni objevovat