Capítulo Cincuenta

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Harry no había vuelto a mirar a su madre de la misma manera nunca más. La mujer, quién había quedado sola en Alemania (pues Gemma había ido corriendo a reunirse con su hermano muy poco tiempo después) había aprendido a vivir con el peso de la culpa, el sentimiento de soledad y el temor al olvido.

Sí había tenido la oportunidad de volver a ver a sus hijos, pues ellos habían viajado a visitarla y viceversa en varias ocasiones, pero nunca nada fue igual. Había una barrera que los separaba, dejando para el horror de Anne, a Harry y Louis del mismo lado.

Sin verse muy afectado, el rizado había conseguido encaminar su vida, recibiéndose de profesor de música, para así trabajar en el mismo instituto que Louis, quién era el famoso director del coro, y que su vez enseñaba de forma extras y a los que querían piano.

Habían conseguido mudarse a una hermosa casa en el centro de Londres, dónde podían llevar a el pequeño Tomlinson a jugar en la nieve, mientras los dos lo contemplaban fascinados e intentaban sacarle fotos.

También tenían hasta un perro, el gigante Cliffort que se lograba llevar toda la atención del esposo del ojiverde, provocando molestias, pues Harry lo quería tener solo para él. Disfrutalo a cada momento, aprovechar cada segundo a su lado.

Se podía decir entonces, que la vida de la pareja era perfecta.

Y no por el dinero, no por la ubicación de la casa ni el buen nombre que poco a poco habían conseguido formar, sino por que estaban juntos. Eso era suficiente.

Eso ya lo volvía perfecto.
-
Louis y Harry lo contemplaban sonrientes desde su derecha, observándolo desde un poco más arriba de la altura de sus ojos. Rodeados por un marco verde, se limitaban a sonreír de forma estática desde hacía ya veinte años.

El castaño había sido capturado en el momento justo e indicado, se lo veía muy transparente, con el rostro iluminado y la expresión que ponía cada vez que creía estar haciendo una travesura. Mientras tanto, el rizado lucía embelesado, alternando la vista entre su brillante prometido y la diminuta personita que cargaba en los brazos, también sonriendo y marcando sus pronunciados hoyuelos. Allí arrollado y con gesto tranquilo se encontraba un bebé recién nacido, miraba a la cámara con ojos apenas entreabiertos, pero suficiente para que ya se notara que eran celestes. Muy fuertes e intensos, igual a los de su padre. Louis le estaba acariciando la cabeza con intenciones algo cuestionables, pues más le interesaba intentar hacerlo reír que se durmiera, a pesar de que Harry ya le había repetido hasta el cansancio que aún era muy pequeño como para soltar una carcajada.

El muchacho suspiró, sonriendo tímidamente ante el centenar de recuerdos que habían acudido a su cabeza al contemplar aquella foto, junto con todas las demás que había en la casa, la mayoría con marcos verdes y azules.

Luego de unos segundos, volvió la vista a la chica pelirroja que tenía en frente. Ella lo miraba expectante.

-Bueno- dijo encogiéndose de hombros-. Ellos son mis padres.

Cora esbozó una gran y cálida sonrisa, levantándose para acudirlo en un abrazo. Estaba impresionada, pero eso no era lo importante, debía primero darse el lujo de curar la conmoción de Freddie.

Tras un par de minutos en los cuales se limitaron a estar juntos siendo cada uno atacado por individuales aunque relacionados pensamientos, la muchacha se apartó:

-Creo que son increíbles- lo consoló, mirándolo con sus hermosos ojos miel y acariciándole la mejilla-. Criaron a un excelente hombre.

El ojiazul suspiró aliviado. Cora en verdad le gustaba y había temido muchísimo que se alejara al enterarse de que había sido criado por un matrimonio gay. No era exageración, muchos lo habían hecho. Incluso, se había torturado por días para encontrar una excusa, una historia creíble o mentira para cuando llegara ese momento, el momento de presentar a su familia.

Catorce Días (Larry Stylinson)Where stories live. Discover now