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Bonnie había recobrado su color púrpura y su respiración ordinaria, después comenzó a despertar en su asiento mientras se estiraba un poco. Se exaltó en cuanto vio que continuábamos en el auto manejando por la carretera Trans-Canadá.

   —Tranquilo, no pasa nada. —Puse mi mano en su pecho para evitar que respirara más fuerte.

   —¿¡Dónde estamos!? —preguntó con sus ojos rojos.

   —Bonnie, soy yo: Freddy. Vamos a ir a Mont-Tremblant, ¿recuerdas? —expliqué con mi mirada en el camino.

   —Oh. —. Se puso la mano en la frente como removiendo los restos de polvo—. Lo había olvidado. Supongo que tanto frío me hizo olvidar lo que pasó la noche pasada.

   —No te preocupes por eso. ¿Te sientes bien?

   —Me duele la cabeza —decía con sus orejas hacia abajo.

   Entonces abrí la guantera del carro y saqué unas galletas que encontré en la madrugada; también había otro tipo de dulces.

   —Ten, come un poco.

   Tomó las galletas y comenzó a comer despacio. Verlo comer así me recordó un poco a esos tiempos cuando jugábamos a la comidita con Ivy en la fábrica: siempre tenía que inspeccionar todo el paquete, encontrar la pestaña de la cual halar para abrir el paquete y llevarse al hocico pequeñas porciones de la comida; lo hacía tan lento como si no quisiera que sus dientes de leche se rompieran o que sus labios se mancharan con chocolate. Yo era el que traía la comida al cuarto, ya que él siempre se sintió asustado de salir y que un humano lo viera. Ahora que los dos hemos vivido diferentes pesadillas, podemos aprender de ellas y sacarnos de problemas en la medida de lo posible.

   —¿Me dejarías manejar después? —preguntó mientras masticaba.

   —¿Qué? ¿Estás seguro?

   —¡Claro! No tengo una idea muy clara de cómo hacerlo, pero quiero que tú también puedas dormir; tus ojos están muy rojos. —Acarició mi sien.

   Reí un poco, pero en realidad sí quería dormir un poco; las veces que recordé a Mangle me hicieron sentir que mis ojos estaban en llamas. Manejar no es difícil, pero era una peor tarea mantenerse despierto.

   —Si no tuviera tanto sueño y no tuviéramos que recorrer más de cuatro mil kilómetros te diría que yo me encargaría de esto, pero esta vez dejaré que me ayudes.

   Entonces comencé a explicarle la forma en que debía pisar los pedales, mover el volante, mirar a sus alrededores y tener una medida del auto, etc. Debo decir que fue mucho más cómodo explicar la forma de manejar en un carro más pequeño que en un camión tan enorme. Bonnie se veía emocionado por aprender, pero una vez que trató de manejar por su cuenta, se dio cuenta que no era tan fácil controlar la velocidad y frenar de forma fluida; nada que un poco de práctica no arreglara. Durante ese tiempo que él estuvo manejando no logré conciliar el sueño, pues quería asegurarme de que había entendido todo lo que le enseñé y que no nos iba a matar en medio de la carretera. Cuando lo había logrado, pude dormir.

*    *    *

Había despertado de mi sueño, pero fingí estar todavía dormido para saber dónde estábamos; no veía nada más que pinos nevados y el amanecer asomándose en la punta de ellos. No vi a Bonnie, pues estaba recostado del lado en el asiento del pasajero, por lo que él solo podía ver mi espalda.

   Ese sueño que tuve me devolvió a The Storyteller y a la vez al restaurante donde trabajaba Mangle, el cual estará muy cerca del que nosotros estaremos trabajando. Tal vez cuando ella y yo tuvimos que dejar el restaurante para llegar a Whistler, no logró conservar lo que más quería, aparte de esa foto con Bruno. Estoy seguro de que muchas de las cosas que me dio aún están en el restaurante, porque no creería que todo cupo en el compartimiento de su espalda; ni siquiera cuando estaba con nosotros desempacó tantos objetos. Sentí que debíamos volver una vez más para recoger todos esos objetos que significaron tanto para ella. Abrí un poco más los ojos para ver algunos letreros en la carretera anunciando las direcciones de otros lugares: estaban en francés, lo cual quería decir que ya habíamos llegado a Quebec. Tal vez aún no era demasiado tarde. Comencé a gruñir un poco como siempre lo hago al despertar y hablé con Bonnie; al verlo pude darme cuenta de que él también lloró.

La margarita IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora