Capítulo 9: La mejor amiga del mundo

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Hace media hora que Bonnie y yo escapamos de The Storyteller. Alrededor de nosotros solo había casas con personas durmiendo, ya que en ese momento eran las dos de la madrugada. En cuanto estuvimos afuera, tuvimos que correr hacia la montaña de esquí más cercana y, de esa forma, poder perdernos entre los pinos alrededor de esta. Juraría que algunas personas lograron vernos correr hacia allá, ya que todavía hubo algunos pasando por las calles y personas asomándose por las ventanas para ver The Storyteller sacando humo por la puerta de enfrente en la superficie. Algunos minutos después los bomberos llegaron y terminaron con lo que empezó quién sabe quién.

   —¿Ya estamos cerca? Ya no siento mis orejas —susurró Bonnie a mi lado mientras caminábamos por el bosque de pinos con nieve.

   —No te preocupes, solo unos minutos más y ya. —Traté de convencerlo para que se tranquilizara.

   Era difícil tener que relatar todo lo que pasó si no teníamos nada de ropa para cubrirnos del frío. Pero no me rendí. Una vez que tuvimos tiempo para pensar en una forma de volver a resguardarnos en cualquier lugar, recordé que Mangle me entregó algo antes de despedirse: una hoja de instrucciones. En ella venía, tal y como ella dijo, una serie de pasos a seguir para que llegáramos sin ningún problema a L’enfant gâté. Aún no termino de leerlos, pero el primero decía que nos dirigiéramos a una estación de camiones cerca de una montaña para esquiar; esos camiones son rentados para las personas que emprenden viajes por la carretera Trans-Canadá, por lo que solo tendremos que tomar uno y esperar a que nos dejen en Mont-Tremblant. De acuerdo a este mapa, el viaje no debería ser tan largo como la anterior vez, a menos que las personas que manejen el camión hagan paradas turísticas. Espero que ese no sea el caso para nosotros una vez que lleguemos. El camino hacia allá hubiera sido más sencillo si tuviéramos chamarras o algo para cubrirnos. Tal como Bonnie, siento que mis orejas ya no están en mi cuerpo. Aunque… tengo que admitir que este sentimiento frío ya lo conozco muy bien, ahora sé cuándo estoy llegando al borde de la hipotermia, pero no estoy seguro de que Bonnie sepa lo que es lidiar con temperaturas como estas de forma forzosa. Me acerqué a él y, con mi brazo derecho, comencé a frotar su brazo, su hombro y su cabeza un poco para que conservara algo de calor, así como también el de mi cuerpo contra el suyo. Estaba seguro de que ambos ya no sentíamos nuestros pies.

   —Freddy… —dijo mientras temblaba—, t-t-tengo fr-frío…

   —Yo también, Bon. Pero ya casi llegamos. —Continué con mi actitud segura.

   En efecto, en el fondo de este bosque logré ver una casita roja con un poste de luz sobre esta, justo como lo describe el mapa.

   —Mira, ya llegamos, esa es la casa.

   Entonces ambos comenzamos a caminar un poco más rápido, pero después Bonnie me detuvo jalándome del brazo.

   —Espera. ¿Cómo s-se supone qu-que… entraremos s-sin ser vistos?

   —Tendremos que improvisar. Vamos. —Lo tomé de la espalda y lo ayudé a continuar su andar.

   Tenía mucha práctica en escabullirme dentro de los camiones y esperar a que el viaje comenzara, pero en esta ocasión tendríamos que escoger uno que llevara algo de comida o accesorios de acobijo para nosotros. Si la situación se dificulta para nosotros, tendremos que entrar a esa casa en busca de comida.

   Cuando estuvimos afuera del bosque, justo en el espacio donde las personas esquían, corrimos hasta estar detrás de uno de esos camiones grandes y de mejor calidad que el de Springtrap. Las luces dentro de la casa estaban apagadas; no era tan grande para que una persona pudiera vivir ahí, así que era probable que solo se usara en el día para rentar los camiones.

La margarita IIWhere stories live. Discover now