XII

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El sentimentalismo no lo estaba ayudando, pues los sollozos lo obligaban a respirar el aire frío, lo que estaba causando que se le cerrase la garganta.

Deberían llamarlo Louis Lamentos, durante los últimos meses no hacía más que lamentarse y llorar.

Quería culpar a las hormonas, pero en realidad, sólo se trataba de que se sentía solo y no tenía a quien quería, cerca, y eso lo frustraba de sobremanera.

Los antojos esa semana habían estado muy presentes y desafortunadamente para Louis, no había nadie para cumplírselos.

Por eso, agradecía a aquellos quienes inventaron las aplicaciones para pedir lo que se te plazca por internet.

Iba a ordenar pastel de chocolate, una dona con helado cubierta de más chocolate y fresas —se le hacía agua la boca— que se le atravesó por ahí, mientras elegía la comida saludable. Una ensalada.

Ahora que se encuentra en estado, su parte favorita de la merienda, era el postre y no le importaba subir un poco de peso, la Doctora, le había dicho que estaba por debajo de este y debía comer más —claro, que se refería a comida saludable, hasta una dieta le había proporcionado— pero a Louis le daba igual, aunque ya había prometido a sí mismo, que sólo lo haría una vez por semana —comer comida no saludable—. Para equilibrar.

Colocó los datos de su tarjeta y cuando dio click en aceptar, no se validó el pago —¿es una broma? — se estaba frustrando y no iba a renunciar a la orden exquisita que había seleccionado con tanto entusiasmo.

Llamó al banco, para que le dieran una explicación y resultó que su tarjeta estaba bloqueada por cuestiones de seguridad, porque habían intentado hacer un retiro de una fuerte suma de dinero y el banco lo detectó a tiempo.

Perfecto, no podía utilizar ninguna otra tarjeta mientras él fuese el titular, pues el banco le había bloqueado absolutamente todo. Le aseguraron que al día siguiente, a primera hora, podría disponer de su dinero, pero a Louis no le servía; él quería comer ahora, ya.

¿Qué tan mala idea sería utilizar la tarjeta que Harry le había dado?

Sabía que su inmensa fortuna no detectaría la falta de unos cuantos dólares, pero, de todos modos, mañana mismo iría a depositar lo que había pedido prestado.

¿No estaba haciendo nada ilegal, verdad?

Es decir, le iba a pagar. Sólo era un favor.

A la mierda, tenía más hambre que culpa.

Realizó la transferencia y cuando iba a cantar victoria, le llegó un email, informándole que su pago no había sido aprobado.

No puede ser, él en diversas ocasiones había hecho uso de dicha tarjeta de crédito y jamás había sido denegado un pago.

La vida lo odia.

Derrotado, se dejó caer en la recámara y suspiró. Tendría que ir él mismo por la bendita comida.

Cuando estaba por salir, sonó su celular, indicándole que tenía un nuevo mensaje.

"Ya no eres mi prometido, no puedes darte el lujo de hacer uso de mi dinero".

Oh.

Sintió una punzada en el pecho y le ardieron los ojos. Ahí iba de nuevo, malditas hormonas.

Así que, ¿todo el tiempo se necesita la aprobación de él, para hacer un pago?

Había hecho tantas compras estúpidas, que su rabia y sentimentalismo, se mezclaron con la vergüenza.

En la cena de su cumpleaños, le dijo que él mismo había preparado todo y en realidad, lo intentó pero fracasó. Creyó que no era digno darle eso a su novio, mucho menos en su cumpleaños y solicitó el paquete de cumpleaños de un buffet muy reconocido. Al no tener todavía, su propia cuenta bancaria y a falta de tiempo, no le quedó opción e hizo el pago con la estúpida tarjeta, que ahora mismo estaba odiando.

"Lo siento, era una emergencia. Iba a devolvértelo".

"Emergencia, ¿una dona de helado y pastel de chocolate?"

El calor subió a sus mejillas.
No iba a contestar, no tenía palabras y tampoco apetito, de repente había desaparecido.

Pasaron las horas, ya estaba obscuro y no había comido nada, prefirió leer la infinidad de libros sobre bebés, que había comprado.

Preocupado, por dañar la salud de su bebé, se levantó decidido, prepararía algo decente para la cena.

Últimamente, sus fines de semana constaban de eso; dormir, leer, comer.

Sonó su teléfono y atendió cuando vio que se trataba de su jefe.

—Jo, ¿qué necesitas? —preguntó de inmediato.

—Hola, Louis —saludó— Hay un escolta en la empresa, dice que solicitaste sus servicios, pero que esta fue la única dirección que proporcionaste.

¿Quién demonios te busca un sábado, por la noche, en tu trabajo?

—Sí, sí. Gracias por molestarte y avisarme —agradece y duda en preguntar, pero finalmente lo hace— ¿Podrías... darle acceso a mi ubicación, por favor? —suspira avergonzado, odia causar molestias.

—Claro, en un momento lo dirijo hacia tu apartamento, cuídate, Lou —finaliza la llamada.

Quizá era innecesario contratar seguridad, ya no era el prometido de un magnate, ¿a quién mierda le importaría su culo?

Aunque, después de recordar el incidente del secuestro, prefirió mantener una escolta, por lo menos hasta que el nuevo compromiso del rizado sea oficial y público. Así, finalmente lo desvincularían por completo y dejaría de correr peligro.

El sábado culminó y para el domingo a primera hora, ya tenía escoltas cuidando de él, discretamente, así lo había solicitado. No quería llamar la atención y mucho menos que el rizado le echara en cara lo patético y paranoico que estaba siendo.

...

"¿Dónde estás?"

Era Harry, ¿qué demonios quería ahora?

"¿Por qué?"

"Sólo contesta la jodida pregunta".

Siempre demandando, imbécil.

Se supone que había renunciado para evitar eso y seguía interfiriendo en su vida, de todos modos.

"Estoy esperando".

"En casa, ¿dónde más? Es domingo".

"Necesito que vengas a la empresa".

No contestará, ya no era su empleado.

"¿Vendrás o quieres que vaya por ti?"

"No". Contestó de inmediato.

"Voy para allá".

"¿Para qué mierda preguntas, entonces?
No estoy, tengo pendientes fuera de la ciudad".

Miente descaradamente, aunque sabe que el rizado no es estúpido y de todos modos hará lo que se le venga en gana.

Se queda tirado en la cama, orando para que a Harry se le atraviese algo y no pueda ir a molestarlo. Incluso considera la idea de mandarle un mensaje a Daniel, para que lo desvíe, pero descarta la idea, cuando se da cuenta de lo estúpida que es. Primero, porque no tiene su número y segundo, porque quería verlo.

Había pasado una semana del beso caliente que se habían dado, no hablaron nada después.

Cuando sonó el timbre, lloriqueó. Sí había ido, maldita sea. Estaba desalineado y parecía un mendigo.

Abrió la puerta y se quedó congelado en su sitio, trató de ofrecerles una sonrisa, pero no le fue posible.








Nay.

BewildermentWhere stories live. Discover now