Capítulo 7: Sueño Eterno

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''El príncipe jamás vendrá; eso todos lo sabemos. Además, quizás la bella durmiente ya murió.''

—Anne Rise

—Su majestad, traigo el informe sobre el intento de asesinato a su alteza Athanasia—fue lo primero que escapó de los labios de Félix al entrar a la oficina.

Levantando la vista de los papeles en los que había estado trabajando, Claude miró con desinterés al caballero pelirrojo de pie a unos pasos de su escritorio.

Pestañando un par de veces, perezosamente regresó su atención a la pila de documentos frente a él.

—Oh.

La reacción no fue lo que Félix esperaba. Mordiéndose el labio, el consejero real miró severamente a su señor tratando de contener la furia que ardía en sus venas. ¿Cómo podía ser tan malvado? ¿Tan...descorazonado y cruel con su propia hija aun después de lo que pasó?

Desde hace años trato de cambiar la negligencia de Claude hacia Athanasia, la pobre niña quien perdió a su madre tan sólo unos momentos después de ser traída a este mundo, y fue dejada aun lado por su padre en un castillo que exudaba el desagradable olor de la muerte en sus paredes.

Al principio, Félix aceptó este comportamiento y no lo culpó. Con sus propios ojos vio al hombre que consideraba su hermano caer al suelo y romperse en pedazos ante la pérdida de su amada, llenando su cuerpo con alcohol en un miserable intento de detener las lágrimas y agonía que sentía.

Diana fue una gran mujer. Poseyendo una belleza sin igual, solía iluminar todo a su paso como si fuera un sol brillando en el cielo, trayendo en cada pequeño rayo de luz, energía y vida.

De un solo vistazo, fácilmente serias engañado por su apariencia sin sospechar que, bajo ese hermoso rostro, se ocultaba una impetuosa personalidad, fuerte pero amable, lo suficientemente capaz de manejar sin problemas al áspero y huraño Claude, quien cayó perdidamente en los mares del amor por ella.

Pero todo era perecedero, el frío de la muerte tocó a Diana de forma cruel y prematura, solo dejando detrás el precioso tesoro que cuidó nueve meses en su vientre. Félix no tenía dudas que su partida fue una pérdida para el mundo, en especial para el emperador, que desde entonces se sumió en la más penetrante oscuridad.

Pasaron los meses y Félix estuvo a su lado apoyándolo en silencio, dejando que el tiempo fuera la única medicina para superar su duelo y al menos intentar unir las piezas de su arruinado corazón.

Entonces, al inicio del año siguiente, preguntó sobre la existencia de su hija, obteniendo solo vagas excusas como respuesta, el caballero siempre fruncía el ceño con amargura.

Este escenario se repitió por los próximos diez años hasta que la princesa por voluntad propia, se mostró por primera vez frente al emperador. Con ojos brillantes y un rostro expectante lleno de inocencia, la niña tímidamente pidió algo de tiempo al sol de Obelia, recibiendo rechazo absoluto de su parte.

Félix perdió la cuenta de las veces que se tomó libertades en expresar su desacuerdo con las acciones de Claude, el hombre no dudó ni una vez en tratar a esa niña como si fuera el ser más despreciable de todo el universo, algo odiado y que debería ser tratado con vejación.

Pero llenarse de furia y gritarle cuando trataba fríamente a Athanasia se volvió un acto inútil, él siempre lo ignoraba o solo lo echaba a patadas como un perro al cual estaba harto de oír ladrar.

¿Acaso olvidó todo el amor que profanó por la Señorita Diana? ¿Olvidó lo mucho que anhelaba conocer a la princesa cuando aún estaba en el vientre de su madre? Todas esas veces que aseguro con sinceridad amarlas a ambas... ¿Eran solo mentiras?

¿Por qué la princesa le daba solo carne de comer al mago ancestral?Where stories live. Discover now