Capítulo 8

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- ¿Entonces la chica y tú...?

- Compañeros de trabajo -Aclaro mi garganta con nerviosismo.

Observo la estancia, es impoluta, llena de lujos, jamás había presenciado algo igual, el hombre de la entrada ya no está en su sitio, parece que se ha ido. Trudie desliza el albornoz de seda por sus hombros dejándolo caer sensualmente, no aparta la mirada de mi cuerpo ni un segundo. Sus manos agarran con fuerza el cuello de mi camisa obligándome a caminar hacia atrás quedando sentado en el amplio sofá con ella encima de mí. Mueve sus caderas desesperadamente, acaricia algunos mechones rizados de mi cabeza, desabrocha la camisa viajando por todo mi abdomen desnudo. Sus labios son duros, asimétricos, torpes a decir verdad, no encajan del todo con los míos, coloca mis manos sobre su trasero pidiendo que lo masajee para intensificar el agarre.

- ¿Dónde está tu guardaespaldas? -Rompo el beso recuperando el aliento.

- No te preocupes, se va a su casa cuando tengo compañía.

Una sonrisa maliciosa se me forma en la cara, desabrocho la corbata tan rápido como puedo, la enredo alrededor de su nuca pegándola de nuevo, poco a poco rodeo su cuello con ella y giro sobre nosotros dejándola bajo mi agarre. Aprieto ambos extremos estrechando la tela sobre su garganta, comienza a notar la fuerza, le falta un poco de aire y forcejea con mis musculados brazos para que me aparte, mi agarre comienza a temblar de la euforia, la miro con más deseo que antes, admiro cómo el brillo de sus ojos desaparece lentamente. Suelto de golpe cuando se que está muerta, mi dedo roza su piel hasta su abdomen bajo rozando la lencería. Le quito la ropa interior, está desnuda sobre su sofá, muerta y pálida, busco una bolsa para guardarla y hago lo posible para evitar huellas y marcas que me delaten, uso guantes para limpiar la estancia, su cuerpo y todo aquello que he tocado.

Desaparezco sin molestarme en mostrar una buena presencia, mi actitud está intacta, satisfecho con el resultado. Cuando abro las puertas a la calle ahí está Atenea tiritando, se abraza a sí misma con sus brazos, me dirige una mirada cargada de incordio pero le sonrío arrogante, conozco muy bien los sentimientos que eso le provoca.

- Has tardado dos horas -Reprocha molesta-. O bien eres una máquina sexual o tuvo que invitarte a una larga cena con postre.

- Me encantaría regodearme de lo primero -Guiño un ojo en su dirección, rueda los ojos fastidiada y más sonrío-. Pero eso dejo que lo compruebes tú.

- ¿Entonces? -Suena impaciente, irritada.

- Me aburrí muy rápido, ¿Sabes? Cuando mis padres me compraban un juguete solía durarme unas pocas horas hasta que lo rompía, porque no eran tan divertidos como en la propaganda.

- Harry... -Tapa su cara con ambas manos negando desesperada-. Si las has matado... -Su dedo impacta en mi pecho con descaro-. Vas a ser tú quien se lo explique a Zayn.

- Encantado.

- Bien, porque mañana tienes que presentarte ante él -Asiento anotando mentalmente cómo debo prepararme para un jefe de un sector desconocido-. Tenemos otro problema.

- ¿Cuál? -Señala a la pared donde están nuestras caras, a su lado un nuevo cartel me sorprende-. Mishel Donovan vista última vez en el Psiquiátrico West Pines la noche del miércoles, si la ven, llamar inmediatamente -Leo en voz alta sin creerme del todo lo que veo-. Fantástico, ahora tenemos una verdadera loca suelta por ahí, matando a todo aquel que le moleste cómo respira.

- Tú has matado a tu primera clienta por aburrimiento, creo que os parecéis bastante.

Me lo recrimina entrecerrando los ojos, me juzga con la mirada, elevo los hombros con inocencia. Después de un pesado suspiro pide un taxi, este nos lleva de nuevo hasta la entrada del sendero, ya deben ser las doce de la noche entrada la madrugada oscura. No hay iluminación hasta la llegada a la casa, esta muestra el salón encendido, alguien ha entrado.

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