—Mandona —murmuró, corriendo hacia las escaleras.

—¡No corras por las escaleras!

Aligeró el paso, esta vez manifestando el «mandona» en voz alta. Rodé los ojos y me dirigí a la cocina. Necesitaba hornear la pasta que había dejado lista la noche anterior en el refrigerador.

No me gustaba estar demasiado tiempo sola. La falta de ruido me hacía pensar en mi madre y eso cambiaba mi humor en un santiamén; ella me enseñó a disfrutar de la paz que podías hallar en el silencio.

Una tarde, cuando tenía diez años, sin razón aparente, hizo que nos acostáramos en el suelo de mi habitación, con la única tarea y propósito de escuchar nuestras respiraciones durante horas. Antes de levantarnos, me preguntó:

—¿Ya lo entendiste?

—¿Qué cosa? —dudé.

—El ruido te distancia de ti misma.

Era muy joven para comprenderlo en ese entonces, pero enseñarme a hacer una pausa de escuchar a los demás, para escucharme a mí misma, fue una de las mejores cosas que aprendí de ella.

La voz quejumbrosa de Olivia me sacó de mis pensamientos. Al mirarla, casi suelto una carcajada.

Estaba tratando de subirse a una de las sillas altas del desayunador. No le estaba resultando mucho. Nicholas era quien la ayudaba a sentarse porque era muy pequeña para alcanzarla.

—¿Necesitas ayuda? —Comencé a acercarme.

—¡No! Yo puedo sola. —Y lo siguió intentando.

Me detuve a esperar a que se rindiera, pero para mi sorpresa, consiguió subirse. No sabía cómo demonios, pero ahí estaba, sentada cómodamente frente a la barra.

—¿Ves? —Me regaló una sonrisa victoriosa.

—Lo veo. —Sonreí también.

Volví a posicionarme cerca del horno para no despistar la pasta. No tenía mucha paciencia, por eso siempre intentaba entretenerme con algo mientras la esperaba y... me olvidaba de ella. Pero esta vez no quería que se quemara.

—Oye, Allie...

—¿Sí? —respondí, distraída.

—¿Qué es estar enamorado?

Agrandé los ojos, dejando de comprobar la pasta para mirar su rostro confundido. ¿Había escuchado mal?

—¿Estar enamorado?

Asintió tímidamente.

—Es que... Escuché a Maddie decir que Jack está enamorado de Sofía y... No sé qué es eso.

Reconocí los nombres de sus amigas de la escuela. Fruncí un poco el ceño. ¿Cómo se le explicaba eso a una niña de cinco años?

—Oh, uhm... Estar enamorado es... —Toqueteé mi barbilla, sopesándolo—. Amar cada centímetro de otra persona. Es querer hacer esta cosa que dices que da asco cuando las ves en las películas...

—¿Besarse? —En efecto, hizo una mueca de asco.

—Eso. Es querer besar a otra persona todo el tiempo y que al hacerlo, sientas que el mundo se detiene y que hay algo ardiendo en tu vientre.

—¿Ardiendo? —se alarmó.

—No literal —aclaré, riendo—. Es estar feliz porque esa persona lo es o estar triste porque lo está. Es una clase de amor distinto al que sentimos una por la otra o al que sentimos por papá. Es como el de... Anna y Kristoff, los de Frozen —intenté con un ejemplo que conocía a la perfección.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora