2.

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Al día siguiente llegué tarde a la clase de química, porque me quede dormido. Me desvele cubriendo a mi madre en su trabajo nocturno como mesera de un pequeño café a la esquina de casa. Ella nunca me pide que haga algo así, esta vez me ofrecí como voluntario porque le surgió una emergencia en el hospital: Ella es partera, y ama lo que hace. Nos alcanzaría para vivir cómodamente sólo con su empleo en el hospital si no fuera por las deudas que el ex esposo de mamá le dejó antes de suicidarse. ¿Es una bonita historia para contar a sus nietos cuando los tenga, no?

Al llegar, por supuesto que capté la atención de todos los presentes, incluido el profesor Farrens y me rasqué el cuello, hábito casi inconsciente que adquirí hace un tiempo cada vez que me encuentro en un momento que me incomode o moleste.

—Llega tarde, señor Gley.

—Le pido disculpas, profesor. Ha sido una noche larga.

Me miró unos segundos, evaluando con sus calculadores ojos si debería dejarme pasar a su clase habiendo llegado no menos de treinta y cinco minutos después de que esta hubiese empezado. Tragué saliva con nerviosismo y cambie el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Finalmente y con un suspiro decidió dejar que tomara asiento, muy seguramente porque soy uno de sus mejores alumnos (me considero el favorito, de hecho) y sabe que amo su materia. Jamás llegaría tarde a propósito a la clase del profesor y él lo tuvo en cuenta para mi suerte.

Me senté en la clase al lado de Tae, en el asiento tras de Jossie y Allegra, que me dirigió una mirada llena de curiosidad, a lo que conteste con un simple y corto encogimiento de hombros sin querer decir realmente la razón de mi retraso, y me centre en la clase. Él puso los ojos en blanco, totalmente acostumbrado a mi yo-nerd, hace un tiempo que había desistido de intentar hablarme en las clases de química.

Al sonar la campana, todos los alumnos desesperados salieron casi corriendo, incluida Jossephine, quien siempre había odiado cualquier tipo de ciencia que no fuera social.

—Disculpe, alumno Gley, me gustaría hablar un segundo con usted.

Tragué saliva y asentí apretando los labios. Rogué por no haber molestado al hombre que me abriría el camino para acceder al sueño de mi vida a través de una beca para convertirme en bioquímico.

—¿Recuerdas nuestra conversación respecto a la beca Finn?

Aunque la mención de la beca me puso atento y un poco nervioso, el hecho de que me estuviera hablando en primera persona era una gran señal, además de que su postura corporal no denotaba enfado o fastidio. Me tranquilice para contestar:

—Si profesor, perfectamente. ¿No se arrepintió, verdad?—sabía que había sonado patéticamente temeroso por la idea, pero no importaba en absoluto, podría rogar si era necesario.

—No, no te preocupes por ello. La recomendación para la beca es algo que mereces por tus propios méritos y no podría ofrecerte una oportunidad así para luego quitarla. Algunos profesores somos más estrictos que otros, pero eso no nos hace malvados...

—Oh, sin dudas usted no conoce bien a la profesora Smith de economía. Ella es cruel. Estoy seguro de que me detesta con su alma.

—La conozco, es mi esposa. —contestó mortalmente serio.

Me mordí la lengua, palideciendo casi de inmediato y me mordí la lengua deseando desaparecer en aquel preciso momento. Siempre tengo que usar mi enorme bocota, hablando sin pensar, la fuente de la mayoría de mis desgracias, mi falta de filtro en ciertas ocasiones. ¿Como pude ser tan descuidado?. Ahora realmente tendría que ponerme de rodillas y rogar. Y tendré que agradecer a alguna divinidad si finalmente me da la recomendación. Pero para mi sorpresa empezó a reírse, con una gran y sincera carcajada que me llenó de sorpresa y alivio, porque si estaba riendo, no podía ser tan malo...

Jugar, ganar y enamorarse |✔Where stories live. Discover now