24 - Añoranzas Familiares

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Félix.

Lo que acababa de pasar me dejó extrañado "largo" rato...

Entiendo que pueda haber una atracción, pero no esperé que a Hernán también le gustara Narciso. Al parecer uno no termina de conocer a las personas. Es como dicen: Los opuestos se atraen. Es una gran sorpresa.

Y hablando de "grandes" sorpresas...

— ¿Conejito? — Dijo Hernán tomando mi hombro. — ¿Estás bien?

— ¿Eh? Sí, claro. Es solo que tengo un cansancio "enorme". ¡Muy cansado! Sí, estoy muy cansado. — Corregí rápidamente.

— Ya dejamos de lado las referencias de la manguera del amargado. Deja de imaginar cosas raras, pervertido.

— ¡Oye! Nada de eso.

No quería que Hernán se sintiera celoso por mi culpa. Debía concentrarme y evitar malos entendidos.

Volteando a ver, Narciso aún estaba ruborizado. Pero su mirada se perdía entre los campos de mandarinas, era como si le causara una especie de tranquilidad.

Y lo llego a entender completamente. Cuando era niño, corría esos campos y disfrutaba del sol del verano. Felipe siempre estaba cuidando de mí, no le gustaba que me quemara por el sol.

— Félix al menos ponte una gorra, luego andas con dolor de cabeza. — Decía Felipe corriendo tras de mí.

— ¡Una carrera hasta el río! Apresúrate, pareces una anciana. — Reía mientras corría más rápido.

— Te arrepentirás de esas palabras, hermanito. — Decía mientras me lanzaba mandarinas.

Nuestras tardes siempre eran divertidas. Al menos las vacaciones de verano las solíamos aprovechar muy bien.

Ahora que Felipe se va a casar, me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo. Tiempo sin ver a mi familia, tiempo sin poder hablar bien con ellos. La verdad he olvidado muchos rostros. De por sí la hacienda está retirada, y mi único amigo era mi hermano. Y claro, la hija menor de los Baldini, Dalia.

Siempre supe que le gustaba a Dalia, pero me molestaba mucho que dijera que éramos novios. Igual no decía nada por no hacerla sentir mal. Pero es que su personalidad a veces es un poco... posesiva.

Sus padres y los míos solían decir que cuando fuéramos grandes íbamos a casarnos. Y yo solo sonreía a eso. Internamente me alegré cuando me fui. La verdad se estaba tomando muy en serio eso. Y yo no quería terminar como la historia donde dos jóvenes se casaban por complacencia, y al final hubo un asesinato en un cafetal. Yo no tenía un cafetal, pero sí un mandarinal. Puff, mamá nunca debió comprar esos libros de ese autor tan extraño.

— La casa de tus padres es muy linda. — Dijo de pronto Narciso.

— ¡Gracias! Fue herencia de mi abuelo, aunque no fue hasta hace unos años que se pudo poner a producir de nuevo. — Comenté pensativo mientras la miraba a la lejanía. — Digamos que hubo tiempos difíciles. Eso tiene mucho que ver con que mi tía me haya llevado con ella.

— Pero ya tu tía no vive contigo.

— No siempre vivió en ese apartamento, idiota. — Bramó Hernán, mientras conducía. — Félix vivía cerca de mi casa, si mal no recuerdo en la que era casa de un extranjero.

— Sí, era el esposo de mi tía. Había fallecido antes que yo llegara.

— ¿Cuántos esposos ha tenido la tía Flor? — Preguntó Hernán rascando su cabeza.

— Es mejor que ni preguntes eso jaja. Pero sí, al comenzar la universidad pedí a la tía y a mis padres cambiarme a un apartamento. Quería vivir solo, y un poco más cerca de la universidad.

Historias de un NarcisoWhere stories live. Discover now