34 - Querencias familiares

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Hernán había salido esa mañana luego de la lluvia, le había escrito un mensaje a Félix, pero por descuido no se lo envió.

Su padre le había anunciado que irían esa semana a la reunión de directivos de universidades. Cosa que a Hernán no le hacía mucha gracia...

En el asiento trasero del taxi, Hernán y su padre realizaban el trayecto en un absoluto silencio. Cada uno evadía la mirada del otro, sumido en sus propios pensamientos y emociones encontradas.

Pese al paso de los años, Hernán aún sentía rencor por la distancia que su padre había puesto entre ellos luego del fallecimiento de la madre. Álvaro, por su parte, revivía la culpa de no haber sabido proteger el vínculo familiar en ese duro momento...

Mientras la lluvia arreciaba, solo se oía el piar de las gotas contra el techo del vehículo. La quietud se volvía más densa con cada minuto que los acercaba a su destino: la Posada "La Querencia".

Una posada estilo colonial adornada con flores en la entrada que se bañaban con el rocío de la lluvia.

Al arribar frente al lugar, Hernán se apresuró a descender del taxi sin dirigirle la palabra a su padre. Su padre pagó el viaje en silencio.

Álvaro observó con tristeza cómo Hernán se alejaba apresurado sin volver la mirada. El dolor que había entre ellos era palpable.

Sin saber qué decir o hacer, aguardó con la cabeza gacha a que su hijo se adelantara hacia la posada. Luego cargó las pequeñas maletas y comenzó a caminar lentamente bajo la lluvia.

Adentro, una amable recepcionista los hospedó en habitaciones contiguas. Antes de retirarse a la suya, Álvaro miró la puerta de Hernán con profunda melancolía, deseando poder sanar de algún modo la distancia que los había separado durante tanto tiempo.

Pero entendía que solo el tiempo y la paciencia podrían ayudarlos. Por ahora, lo único que le quedaba era resignarse a esperar la señal de su hijo, rogando que ese lugar lograra calmar de a poco los resentimientos del pasado.

Mientras observaba la puerta de su hijo, la mente del padre de Hernán comenzó a divagar años atrás. Volvió a ver a su amada esposa Magnolia riendo junto a su pequeño Hernán.

Era verano y llegaban por primera vez a "La Querencia". El sol iluminaba el rostro sonrosado de su hijo, quien iba embelesado mirando el jardín desde el auto.

Luego recordó esa cena familiar en el porche, con el atardecer de fondo y la encantadora risa de su esposa Magnolia. Hernán jugaba entre las plantas, inventando todo tipo de aventuras.

Un calor se apoderó del corazón de Álvaro. Por unos segundos volvió a sentirse completamente feliz, como si el tiempo no hubiera pasado. Pero la ilusión se desmoronó al regresar a la cruel realidad.

Con un nudo en la garganta, cerró los ojos e invocó en silencio a su difunta esposa. Esperaba que donde esté, ella le diera fuerzas para sanar esa brecha que él mismo había hecho.

Llegada la tarde, Álvaro tenía su primera reunión de directivos en la ciudad. Tomaron un taxi rumbo a la sede central, pero en el trayecto Hernán volvió a ignorarlo mirando por la ventana. Ponía una mano en su mejilla y se hundía en su asiento.

Esto entristeció a Álvaro, quien desvió la mirada también hacia fuera. Al pasar por el parque municipal, volvió a tener un recuerdo.

Junto a su amada Magnolia y el pequeño Hernán de apenas 3 años, disfrutaban de un picnic familiar, el día era soleado, y las familias se reunían. Un domingo cualquiera. De pronto, un pato se robó el sombrero de paja de Magnolia. Álvaro recuerda con nitidez la risa de ella y la forma en que su hijo aplaudía riendo, sin dejar de repetir "pato, pato". Él salió corriendo detrás del ladrón de sombreros, tratando de alcanzarlo entre las flores silvestres.

Ese sencillo momento de alegría juntos fue uno de los más felices. Un suspiro se escapó del pecho de Álvaro, quien daría cualquier cosa por volver a escuchar reír a su familia de ese modo.

Lamentablemente, el taxi ya había llegado a su destino e hizo que volviera a la realidad de golpe. La reunión... sabía que solo le traería dolores de cabeza.

Padre e hijo ingresaron al severo edificio de juntas, cuyo ambiente contrastaba por completo con el cálido recuerdo del picnic.

Solo se oían voces airadas discutiendo el complejo panorama de las universidades. En medio de las quejas, Hernán advirtió que su padre se veía realmente preocupado.

Al parecer, los recortes presupuestales y la caída en la matrícula estaban pasando una fuerte factura a la institución. Algunos directivos insinuaban que Álvaro ya no daba la talla para lidiar con la crisis.

Hernán no pudo evitar sentir algo de pena al imaginar la gran responsabilidad que cargaba su padre. Aunque los años de distanciamiento habían sembrado algunos rencores, en el fondo lo reconocía como un hombre íntegro.

En medio del barullo, Álvaro se separó unos pasos para ordenar sus ideas. Fue entonces que, para su sorpresa, Hernán se le acercó fingiendo desinterés.

— ¿Todo bien? - preguntó Hernán mirando hacia otro lado.

Álvaro terminó soltando un suspiro y quejándose en voz baja del obstinado desacuerdo entre directivos. La situación era cada día más complicada.

Por un momento se quedó perplejo ante el gesto de su hijo. Pero sintió que era una oportunidad para comunicarse luego de tanto tiempo.

— Están siendo imposibles ahí adentro — confesó conteniendo la frustración — Creo que lo mejor será salir de aquí.

Ahora Hernán se sorprendió de las palabras de su padre, aquel hombre correcto ahora quería saltarse las reglas, eso le hizo sonreír internamente y aceptó.

Dicho esto, ambos se retiraron hacia la plaza central. En silencio Hernán escuchaba los problemas de su padre, despacio logrando empatizar con su situación. No entendía mucho de lo que sucedía, pero entendía que no estaban siendo justos con su padre.

Tras atravesar varias calles, Álvaro y Hernán llegaron sin darse cuenta al mismo parque cerca del lago.

Hernán se apoyó en el barandal y observó a los patos con una leve sonrisa.

— Por alguna razón este lugar me agrada... - dijo más para sí mismo que para su padre — Me hace pensar en algo feliz.

Su padre al escucharlo con atención, sentía una mezcla de emociones, y empezó a imaginar a su pequeño hijo corriendo entre las flores, tal como lo hizo alguna vez.

Pudo notar el repentino cambio que embargó a Hernán. Con suavidad, le invitó:

— Hijo, ven, sentémonos un momento.

Al hacerlo, vio con sorpresa las lágrimas que comenzaron a brotar de los ojos de su muchacho. Preocupado, se apresuró a preguntar:

— Hernán, ¿qué sucede?

— No es que esté triste - respondió entre sollozos — Pero no sé porqué estoy llorando... Creo que este lugar saca muchos recuerdos. Pero curiosamente no puedo saber cuáles son.

El padre de Hernán acarició su espalda con suavidad, transmitiéndole calma.

- Desahógate, está bien. Yo estaré a tu lado el tiempo que necesites.

Una catarsis de lágrimas. Y tal vez sin comprender, era lo mejor que podía hacer.

Historias de un NarcisoOnde histórias criam vida. Descubra agora