6 - Creando una amistad Poco Ortodoxa

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Narciso.

La bella rosa y la espina impertinente.

En un reino sideral, donde para llegar se debían atravesar multitud de universos paralelos; vivían dos seres de una fuerza mágica excepcional.

Eran herederos de sus respectivas naciones y por ello sus deberes de aprendizaje eran rigurosos.

Por el reino de Daiho, estaba la bella princesa Elinna, una gran hechicera que cautivaba a todos con su encanto y carisma, además de poseer una imagen digna de ser esculpida.

Del otro lado, en el reino de Banmut, se encontraba el príncipe heredero Septus. Septus contaba con una despiadada fuerza que era el terror de sus enemigos.

Los padres de estos, buenos amigos y aliados. Decidieron que, para perdurar la paz entre las naciones, debía existir una relación amistosa entre la sucesión futura. De esta manera cada tres meses eran enviados a compartir un castillo, variando entre los dos territorios.

El castillo en Daiho, era de un noble mármol. Con vistas a un lago y una pradera, que eran el deleite en las tardes para la princesa Elinna.

La fortaleza en Banmut, estaba construida solemnemente en lo más alto de un pico. Se podía observar el vacío debajo, donde solo las nubes eran visibles.

La princesa, no compartía el parecer de su padre. Siempre había tenido una idea muy baja del príncipe Septus. Era a lo que ella llamaba: Un bárbaro indecoroso.

— No podría yo llevarme bien con ese disfraz de caballero. — Decía a una de sus doncellas. — Es tan impertinente que solo con decir palabra hace que quiera lanzarle un conjuro silenciador.

— ¡No habléis así, majestad! — Le respondía la doncella. — Además, no entiendo como podéis decir esas cosas del príncipe banmutiano, es un joven encantador que solo intenta ser amable con vos. A lo que le respondéis siempre con rechazo.

— De encantador ni la mitad de su meñique. — Respondía la princesa. — Y actúo así por convicción. Me ha demostrado que no podemos llevarnos bien, ni si quiera por cortesía.

Por otro lado, el príncipe Septus siempre que podía ponía quejas a su padre sobre la decisión que habían tomado de hacerlos amigos a la fuerza. Se le escuchaba siempre renegar de: La malcriada petulante.

— Como rey deberías ser más indulgente con tu hijo. — Decía Septus a su padre. — No hay forma que pueda llevarme bien con esa altanera prejuiciosa que no sabe otra cosa que lidiar con sus propios problemas. Como si el mundo girara a su alrededor.

— No es propio de un príncipe de Banmut hablar así de la realeza daihana. — Le contestaba seriamente el rey. — Menos si se trata de una jovencita tan adorable como la princesa Elinna, quien la cual solo desprende bondad por sus poros.

— Tienes un concepto muy erróneo, padre. — Decía el joven príncipe. — Si llegaras a conocerla bien, me darías sin pensarlo la razón.

Ambos sentían una aberración por el otro que no tenía comparación. El pesado ambiente que se sentía cuando estaban juntos en una habitación, hacía que sus sirvientes sintieran escalofríos.

Y como una jugada de un aburrido ser supremo, esta contienda llegó a oídos del señor que se encarga de unir a dos almas.

Athonas, le llamaban algunos, otros simplemente ignoraban su existencia. Athonas se divertía en extremo con las discusiones de los príncipes. Él sabía mejor que nadie que esas almas estaban predestinadas a unirse; pero le extrañaba el proceso. Silente pero siempre presente, observaba con detenimiento las acciones de los dos cuando estaban juntos.

Historias de un NarcisoWhere stories live. Discover now