9 - Narrativa Omnipotente

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Narciso se encontraba en la puerta de la casa de Hernán, su nerviosa mano se alzó para tocar el timbre y esperar que nadie contestara. Esa mañana sentía dudas acerca de ir a la casa del amigo de Félix, pensaba que era innecesario. Vestía despreocupadamente un suéter Vinotinto, jeans negros, zapatos bajos y una mochila café donde siempre llevaba su cuaderno de escritos.

— Residencia Da Cámara. — Dijo una voz con aire grandilocuente.

— Buenos días, soy Narciso, ¿está el señor Hernán en casa?

La puerta se abrió majestuosamente frente a él, lo cual lo dejó maravillado.

Mientras caminaba por el sendero que conducía a la puerta principal, su mirada iba de un lado a otro contemplando los jardines extrañamente familiares. Adornado con piezas de mármol, aparecían esculturas fascinantes de batallas greco-romanas y dioses de la época, Narciso se sintió dentro de una de las historias de Homero mientras sus profundos ojos grises, cual centinela, inspeccionaban el lugar.

"Da Cámara, ¿dónde he escuchado ese apellido?", se preguntaba mientras apretaba los dientes como manía de recordar.

Cuando llegó a la entrada, abrieron la puerta principal para mostrar a un hombre de aspecto solemne y pálida tez.

— Bienvenido, el joven lo espera dentro. — Carraspeó el canoso hombre.

"¿Es este desgraciado tan rico como aparenta?", pensaba Narciso mientras ingresaba a la casa.

No podía salir de la impresión de la magnificencia de la casa de Hernán, todo el decorado era tan maravilloso para él, el tapiz francés hacía juego con los cuadros en óleo.

Al hacer el anunciamiento apropiado, los presentes en la sala voltearon a verlo.

Hernán se encontraba mullido en un gran sofá y Fátima se levantó prontamente a saludar a Narciso.

— Qué bueno que pudiste venir. — Comentó Fátima dándole un sonoro beso en la mejilla.

— Es lo menos que puede hacer para solucionar todo esto. — Dijo Hernán frunciendo el entrecejo, mostrando así su disgusto.

— La verdad he venido a dejar las cosas claras y poner mis condiciones. — Sin contratiempo Narciso pretendía dejar saber sus pensamientos.

— ¿A qué te refieres? —Preguntó Fátima curiosa.

La noche anterior, Narciso había decidido que iría dispuesto a aclarar cualquier malentendido posible, pero con la condición de que no se le molestase más, todo este asunto le resultaba pesado y solo quería volver a su ya acostumbrada soledad.

Narciso explicó sus razones y Hernán pensó que era lo correcto. Fátima difirió de la idea pues bien sabía lo que pensaba Félix, que, a diferencia de Hernán, quería que Narciso saliera de su camino.

—De igual manera Félix estará feliz de que hagas esto por él.

Los tres estuvieron un rato pensando ideas de lo que podría ser adecuado al tema que tratarían. Llegaron a la conclusión que irían a casa de Félix y solucionarían todo allí.

— Te disculparás sí o sí. — Amenazaba Hernán a Narciso.

— Sí, sí. Como sea, solo quiero irme. — Contestaba Narciso sin darle mucha importancia.

Cuando estaban dispuestos a irse, una sonora voz proveniente de las escaleras de la entrada puso en alerta a Hernán, quien velozmente recogió las cosas regadas en la mesita de café en acción a irse.

— Hernán, necesito que esta tarde vengas conmigo y F- — Se interrumpió de repente al abrir la puerta de la sala. — Disculpen, olvidé que había visitas.

Historias de un NarcisoWhere stories live. Discover now