Un oscuro viernes (2)

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-¿Sara vino con nosotros? -preguntó al grupo una compañera que miraba a través de la ventana.

Los demás, tras ponerse de acuerdo con la mirada, respondieron negativamente.

-Pues, qué extraño. Podría jurar que acabo de verla salir del hospital -explicó-. Bueno, quizás se trataba de otra persona.

-Seguro que fue ella -asumí, rompiendo el silencio en que había quedado la habitación por unos segundos.

-¿Eso crees? ¿Debería llamarla? -sugirió la chica sacando su teléfono.

-Déjalo -lo impedí-. Probablemente alguno de los chicos que se fueron le avisó que desperté, y por eso decidió regresar a casa. Estoy seguro de que no le interesa verme en realidad.

Mi compañera no habló más del asunto. Nadie más opinó. Ya todos ellos eran conscientes de que, a pesar de que en un tiempo Sara y yo habíamos sido los mejores amigos, para entonces la situación era otra muy distinta. El recordar aquello pareció llenarlos de pena y nostalgia por un momento.

-Bueno, y... ¿Cómo estás, Will? -preguntó Albert intentando reiniciar la conversación.

-Pues, según dice mi hermano, tengo una pierna rota, un hombro herido y una pequeña laguna en el cerebro. Pero parece que sobreviviré.

En ese momento vi a Gabriela entrar a la habitación sileciosamente junto con una amiga. Ambas se ubicaron en un rincón con una actitud algo apática. Gabriela lucía cansada. Como me temía, seguro mi condición había estado afectando su estado de ánimo durante aquellos días. No obstante, su actitud al verme despierto por primera vez luego de mi accidente resultó muy diferente a lo que esperaba.

-¿Quiere decir que tienes amnesia? -preguntó Kevin, quien también se encontraba presente.

-Así es. Lo último que recuerdo es haber participado de la feria de ciencias que organizó la profesora Ana.

Mis compañeros se miraron unos a otros confundidos.

-¿Feria de...? -dijo Albert, pero no culminó la oración. Su expresión se tornó en una de preocupación y su rostro palideció-. Will... eso fue hace dos años.

Tardé un poco en responder. La habitación de repente había sido invadida por un silencio sepulcral.

-Lo sé. En realidad perdí la memoria de poco más de un día, nada más. Solo quería ver sus expresiones -confesé.

El silencio se disolvió en las risas de mis compañeros; risas que se apresuraron a contener al recordar que se encontraban en un hospital.

Mientras los chicos aún reían, miré a Gabriela de reojo. Podía notar que me miraba de pies a cabeza sin reír. Volví la vista hacia ella repentinamente con la intención de atrapar su expresión y, cuando lo hice, tuve la impresión que le extrañaba verme en mejores condiciones de las que esperaba. Al verme mirarla fijamente, ella desvió la mirada sin temor y sin prisa. Lo hizo, más bien, con un poco de descaro; como si no le importara en lo más mínimo lo que yo pudiera estar pensando acerca de su inexplicable forma de actuar. Algo muy extraño le ocurría.

Luego de un rato conversando con los demás, buscaba la oportunidad de dirigirme a Gabriela, ya que no parecía tener la intención de salir de entre las sombras. Pero, antes de que pudiera encontrar el momento preciso, susurró al oído de su amiga y se dispuso a abandonar la habitación.

-¿Ya te vas... Gabriela? -llamé su atención interrumpiendo la conversación del grupo, justo antes de que cruzara la puerta.

Gabriela se detuvo bajo el dintel de repente, y volteó hacia mí luego de vacilar un poco.

Lo que dicta el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora