No hay peor ciego...

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Pasaron alrededor de treinta minutos. La lluvia había menguado considerablemente. Continuaba mirando los automóviles pasar por la autopista sin más intenciones de seguir mi camino que cuando me había detenido allí. Entonces, una melodía que se escuchaba a lo lejos, quizá proveniente de alguna residencia, llamó mi atención. Era la canción favorita de Sara.

Sara. Hacía tiempo desde la última vez que me había detenido a pensar en la propietaria de ese nombre. ¿Qué habría sido de ella? De vez en cuando, alcanzaba a verla a distancia en la iglesia, pero eso era todo. ¿Qué estaría haciendo en aquel momento? ¿Ya me habría olvidado por completo?

Me sentí fastidiado. Pasados algunos minutos, cuando por fin había conseguido sacar a Gabriela de mi cabeza, entonces era Sara quien ocupaba su lugar. Si no quería pensar en Gabriela, mucho menos en Sara. Después de todo, ella no había resultado ser más que una santurrona hipócrita que fingía ser una perfecta cristiana y amiga, cuando en su corazón solo guardaba sentimientos oscuros e intenciones egoístas. Con todo, no podía negar que la extrañaba. Incluso a sabiendas de que no había sido más que un peón para ella, deseé que estuviera allí para escuchar mis problemas y hacerme sentir mejor, como antes.

Tras fallar varios intentos de dejar de pensar en Sara, encendí la pantalla de mi teléfono y busqué su chat. Había allí una gran cantidad de mensajes ignorados por mí. Pues, al verla incapaz de negar mis acusaciones aquella tarde en la escuela, decidí que no había nada más de qué a hablar. A partir de entonces, por un tiempo, marcar su chat como "leído", sin abrirlo, cada vez que recibía un mensaje suyo, se convirtió en uno de mis pasatiempos favoritos.

«Tenemos que hablar, Will», decía el primer mensaje.

Lo había recibido luego de llegar a casa el día en que discutimos. No le respondí. Me negaba a darle cabida alguna a falsas excusas.

«Will, puedo ver que has leído mi mensaje, ¿por qué no contestas?», decía el siguiente. Lo había recibido un poco más tarde la misma noche.

«¿Hasta cuándo piensas evitarme, Will? Estás actuando como un niño, huyendo de mí todo el tiempo. Te vas a casa tan pronto como acaban los servicios en la iglesia y te has negado a escucharme cuando he ido a tu casa. ¿De verdad piensas no volver a hablarme?», eran las palabras del que había enviado unos días después.

La siguiente vez que había escrito dejó bastantes mensajes. Databan de hacía más de un mes. Me desplacé hasta el final del chat para ver qué tanto encontraría y, al ver que se trataba de todo un discurso, me pregunté si valdría la pena leer. Podía predecir que iniciaría con unas cuantas justificaciones estúpidas, luego sutilmente terminaría poniendo todo de cabeza, victimizándose e intentando hacerme sentir culpable. Me enfermaba solo el imaginarlo. No obstante, no tenía nada mejor que hacer, así que decidí leerlo de todos modos:

Deseaba decirte todo esto en persona. Pero, al ver que parece imposible incluso el hablar contigo por teléfono, no me queda otra opción que dejarte este mensaje.

Lo que encontraste en el cuaderno fue una nota que había escrito mientras cursaba el primer año de la secundaria. No te imaginas la impresión que tuve al verla. Como lo viste allí, hace un tiempo empecé a sentir un profundo odio hacia Gabriela. Ella alcanza fácilmente las metas que yo siempre he estado persiguiendo. Siempre ha sido la favorita de mis abuelos, y ha captado la atención de mi familia y de todos los demás desde que tengo memoria, ya que siempre fue muy extrovertida a diferencia de mí. Por esas razones empecé a sentir una gran envidia hacia ella. Lamento tener que decirlo, pero todo es cierto.

El día en que escribí esa nota era un catorce de febrero. Había un chico que me gustaba, y ese día él se declaró a Gabriela frente a toda la clase. Ella le correspondió. Al ver la escena, no pude contener el llanto, poniendo así en evidencia mis sentimientos ante toda la clase. Deseé que la tierra me tragara en ese instante. Y, cansada de la situación, escribí esa nota para desahogarme...

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now