Susurros del corazón

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Una tarde en el instituto, durante el receso, Gabriela y yo nos  sentamos en el suelo del pasillo frente a nuestra aula, con la intención de estudiar literatura. Curiosamente, ese día hablamos de todo excepto de literatura.

Habían pasado dos semanas desde que retomamos nuestra amistad, y nos habíamos tornado incluso más cercanos que antes. Su padre pudo probar su inocencia en el juicio contra las estudiantes que lo habían acusado y logró mantener su empleo como maestro. Pese a que el divorcio de sus padres sí se había consumado, poco a poco Gabriela volvía a ser la chica alegre y extrovertida de siempre. Y en la misma medida mis sentimientos hacia ella habían regresado.

Pasado un rato de habernos sentado en el pasillo, fui a la cafetería a comprar algo de merendar para los dos. Allí me encontré con Sara, quien estaba ya pagando lo que había pedido.

–Hola, Will. ¿Vas a alguna parte? –insinuó su intención de hacerme compañía.

–En realidad sí –contesté–. Estudio con Gabriela en el corredor, fuera del salón.

Sara quedó en silencio unos segundos. Nuestra amistad se había enfriado un poco desde que volví a ser amigo de Gabriela, especialmente luego de que la maestra cambió los lugares en el salón, separándome de Sara.

–Últimamente casi no hablamos –dijo en un volumen más bajo–. Ya ni siquiera me escribes.

–Bueno, tú tampoco lo haces –me excusé.

–William, sabes que eso no es cierto. Las últimas veces fui yo quien lo hizo. Simplemente ya no lo hago con tanta frecuencia porque siempre dejas de responderme o lo haces cada veinte minutos desde que Gabriela aparece en línea.

Podía ver en qué dirección iba aquella conversación así que, luego de pagar mi compra, la conduje a un lugar menos concurrido para conversar con más tranquilidad.

–No me digas que vas a empezar con lo mismo otra vez –dije–. Sara, entiendo que antes actuabas de esa manera porque yo te ocultaba lo que sentía por Gabriela, pero hora que ya lo sabes pensaba que, como mi amiga, comprenderías el hecho de que desee pasar más tiempo con ella. 

–¿Hablas en serio, Will? –cuestionó–. ¿Acaso estás pensando en iniciar una relación con Gabriela? Sabes bien que no debes empezar un noviazgo con alguien que no es cristiana.

–Nunca dije que pensaba “iniciar una relación con Gabriela”, de todos modos no creo que ella me vea de la misma manera en la que yo la veo. Sin embargo, eso no impide el hecho de que quiera pasar tiempo con ella aunque sea solo como un amigo. Además, he estado pensando en invitarla a la iglesia y... bueno, nadie sabe lo que pueda suceder con el tiempo.

–Sabes que las cosas no funcionan de esa manera –respondió meneando la cabeza–. Si le gustas, ella solo asistirá a la iglesia para complacerte. Incluso podría empezar a intentar formar parte de la congregación por las mismas razones por un tiempo, pero realmente no lo hará para tener un encuentro con Dios; y te aseguro que tarde o temprano eso traerá malas consecuencias para ti si decides iniciar una relación con ella.

–¿Sabes? –reí, apartando la mirada–. Cuando en el viaje al zoológico me aseguraste que no estabas enamorada de mí, te creí. Pero si vas a seguir actuando de esta manera, luego no me culpes por pensar mal –dije en son de broma.

–Will, ¡por favor!... Sabes bien que no se trata de que esté enamorada de ti. Es solo que eres mi mejor amigo y no me gustaría verte cometer un error. Creo que te estás dejando llevar por tus sentimientos y que no estás...

–Sara, ¿sabes qué? –la interrumpí. Tanto sermón comenzaba a hacerme perder la paciencia–: No tengo tiempo para esto, Gabriela me está esperando. Si no entiendes lo que siento o por qué actúo como actúo creo que lo mejor será que dejes de insistir en hacerme cambiar de parecer. Yo sé lo que hago. Es cierto que eres mi amiga, pero lamento tener que decirte que lo que se refiere a mi relación con Gabriela no es asunto tuyo; es algo entre Dios, ella y yo, ¿entendido?

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now