¡Enamorado otra vez! (2)

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«¿Qué te sucede, William? La chica nueva te está hablando a ti. ¡Contesta ya!», dijo la voz en mi cerebro.

–Ehhh… No, ese asiento no está ocupado –respondí finalmente–. Esa mochila es del chico que ocupa el asiento de al lado. Puedes ponerla allí si quieres.

–Bien.

Tomó la mochila que estaba sobre el escritorio, la colocó donde le había indicado y se sentó. Luego giró el torso hacia mí.

–Hola, soy Gabriela –se presentó–. ¿Cómo te llamas?

–Yo… Ehhh… Me llamo Will –sacudí la cabeza–. ¡Digo, William!... Bueno, me llamo William pero me dicen Will.

El ver cómo los nervios habían entorpecido mi manera de hablar pareció causarle gracia. Gabriela dejó escapar una pequeña risa.

–Es un placer conocerte, William.
Me extendió su mano; la estreché con suavidad.

–El placer es mío –contesté.

Gabriela permaneció mirándome por unos segundos; esperaba que yo dijera algo más. Yo, incapacitado por mis nervios de emitir palabra alguna, sonreí con timidez. Gabriela se despidió con otra sonrisa y volteó hacía el frente.

Me golpeé la frente con los nudillos como auto-castigo por haberme dejado dominar por mis nervios. Había actuado como un tonto frente a aquella chica. Pero, por otro lado, tan solo esa insignificante conversación había sido suficiente para derribar toda la torre de prejuicios que había construido acerca de Gabriela solo unos segundos antes. Me pareció una buena persona. No obstante, eso no acabó con mi decisión de ignorar el interés que había comenzado a sentir por ella. Me propuse no acercarme a Gabriela intencionalmente por más que lo deseara.

Sin embargo, a medida que avanzó el día, caí en la cuenta de que no podía encontrarme en una peor posición para cumplir con mi determinación; pues en aquel lugar, justo detrás de Gabriela, me era imposible no prestar atención a todo lo que hacía: la manera tan familiar en la que hablaba con todos, la forma en la que había identificado y decorado a mano sus cuadernos, la forma en la que recogía su largo cabello cuando comenzaba a molestarle, la dedicación con la que adornaba las notas de su cuaderno usando hojas y bolígrafos de diferentes colores; desde allí, sin que ella lo notara en ningún momento, no dejaba de poner atención a cada uno de sus movimientos. No pensaba en nada, ni tenía intención de hacer nada más, simplemente permanecí allí observándola todo el día como si fuera un fantasma.

De regreso a casa, caminaba en medio de la calle solitaria con la mirada en el camino. Le había prestado tanta atención a esa chica que su recuerdo no se iba de mi mente ni siquiera por un segundo. Ella era todo en lo que pensaba, y aún cuando no pensaba en nada, su imagen continuaba flotando en mi cabeza.

–Vamos, Will, piensa en otra cosa –susurré con desgano.

Estaba cansado de perder el control de mis sentimientos, sentía impotencia al no poder pasar ni siquiera unos pocos meses sin quedar locamente enamorado y sin remedio. Tenía que dejar de pensar en ella; al día siguiente me sentaría en una esquina de la parte de atrás del salón si hacía falta. ¿Acaso con eso sería suficiente? ¿Qué más podía hacer? ¿Realmente estaba condenado a vivir sin tener control de mi corazón?

Levanté la cabeza, dejé que mi mirada se perdiera entre las dispersas nubes del cielo despejado y respiré profundamente.

«Tal vez exagero un poco», pensé.

Comencé a considerar que el hecho de que Gabriela me había parecido interesante no tenía que significar que me estuviera enamorando de ella. Después de todo, no solo había conseguido llamar mi atención. Al igual que yo, todos en la clase habían percibido que había algo especial en esa chica. Con tan solo verla hablarle al salón todos identificaron en ella un potencial prodigio de la clase, una favorita de los maestros, una futura presidenta del consejo de curso o incluso del consejo estudiantil escolar. Definitivamente, ella era alguien diferente, alguien que no pasaba desapercibida. Tal vez la manera en que Gabriela había llamando mi atención solo significaba que me había parecido alguien agradable a quien me gustaría conocer mejor, tal vez significaba que podríamos ser buenos amigos. Me sentí satisfecho con aquel pensamiento, parecía una idea bastante razonable.

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now