...Vuelvo a entrar en órbita (2)

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Me senté al lado de Gabriela y comenzamos a estudiar. Me sentía algo culpable y un poco nervioso. Temía que Sara pasara por allí y descubriera la razón de mi tardanza.

Gabriela y yo terminamos de estudiar poco antes de que acabara el receso. Gabriela me agradeció por la ayuda. Entonces, decidí introducir otro tema.

–Sobre el proyecto de química, ¿cuándo nos reuniremos para hablar? –pregunté–. Sé que tenemos bastante tiempo, pero me gustaría tener la idea clara antes de que comiencen las vacaciones.

–¿Puedes el sábado en la noche?

–No, no puedo. Pertenezco al grupo de alabanza de mi iglesia y esa noche daremos un concierto. A propósito, creo que te di una invitación para ese concierto hace unos meses. ¿Irás?

–Claro, sería genial.

–¿En serio? Qué bien –dije–. Es mi primera vez participando en un concierto. Mi papá y mi hermano no podrán asistir esa noche así que para mí sería muy especial tener a alguien que me apoye.

–Puedes contar conmigo. ¡No puedo esperar para verte cantar! –respondió Gabriela mostrando un entusiasmo contagioso.

La miré sorprendido y reí.

–¿Qué? –preguntó Gabriela.

–Nada –dije mirando a otro lado–. Es solo que no esperaba que te entusiasmara tanto la idea.

–¿Bromeas? –contestó–. Eres mi amigo. A decir verdad uno muy especial.

Volví a mirarla sorprendido, esta vez sin reír. Al notar la incertidumbre marcada en mi rostro, Gabriela rio.

–Te diré algo, Will –explicó–. Tengo muchos amigos, tal vez demasiados. Pero, a decir verdad, tú eres uno de esos pocos en los que realmente siento que puedo confiar y que siempre están cuando los necesito. Por eso me sentiría muy bien de ser yo quien te apoye en esta ocasión.

Volví a apartar mi mirada de Gabriela. Me esforzaba por esconder  la manera en la que esas palabras tan inesperadas habían conseguido alterar los latidos de mi corazón.

–Genial, pues, pasaré por ti a las 6:30 p.m.

–Bien.

Sonó el timbre. Ambos conversábamos camino al aula. Al entrar, Gabriela se sentó en su lugar y yo me senté a su lado, en el asiento de Sara, para continuar con nuestra conversación. Mudé las cosas de Sara a mi lugar y viceversa, de manera que en vez de ser Sara quien quedara entre Gabriela y yo, era yo quien quedaba en medio de las dos.

Una amiga de Gabriela le pidió un momento para hablar de algo importante con ella, así que Gabriela se levantó de su asiento y acudió a su llamado. Mientras esperaba su regreso, Sara entró al salón de clases. Se dirigió hacia mí sin siquiera perder un segundo.

–¿Dónde estuviste todo el recreo? Pensé que estudiaríamos juntos para el examen en la biblioteca –dijo.

–¡Sí, lo sé! ¡Perdóname! –respondí cerrando los ojos y juntando ambas manos cerca de mi rostro en señal de súplica–. Te prometo que te explicaré después de clases. Lo que sucedió fue que… Bueno, alguien más me pidió ayuda y pensé que…

–Déjame adivinar: Gabriela –me interrumpió. Cruzó los brazos mientras hablaba.

–Ajá.

–¿Por qué no me sorprende? –balbuceó desviando la mirada, y con una sonrisa que, lejos de mostrar alegría, más bien parecía un intento por aplacar su enojo.

–¿Qué quieres decir? –pregunté.

–Nada. No te preocupes.

Sara se mantuvo de pie por unos segundos, esperando que yo volviera a mi asiento, pero entonces se fijó en nuestros lugares y notó que los había cambiado.

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now