Entre la espada y la pared

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El siguiente lunes, en la escuela, todos los estudiantes de mi sección nos preparábamos para una excursión hacia el parque zoológico. Sara ya había salido hacia el autobús y yo le había pedido que intentara guardarme un lugar.

Al igual que yo, Gabriela no había salido del aula todavía, así que nos cruzamos al salir. Me saludó. Yo le devolví el saludo sin más. Esa vez no me mostré tan simpático y alegre como solía hacerlo frente a ella. Le di un poco de tiempo mientras caminábamos juntos por el pasillo. Esperaba que recordara que había faltado al concierto al que la había invitado y que se disculpara por haber olvidado algo tan importante. Sin embargo, la impaciencia me venció.

-El sábado pasé a buscarte para ir al concierto y me dijeron que no estabas -dije-. ¿Olvidaste que era ese día?

-Ah, no; sí me acordaba -respondió-. Es que estaba con unos amigos en casa de mi primo y me invitaron al cine esa tarde. ¿Cómo estuvo el concierto?

Me detuve en medio del pasillo. No podía creer la manera tan despreocupada en que había pronunciado esas palabras. Al notar que me había detenido, ella también se detuvo.

-¿Qué sucede, Will? -preguntó.

-¿Sabías que el concierto era ese día y aun así decidiste salir con tus amigos?

-Sí, yo... Disculpa, Will, no sabía que fuera tan importante para ti -respondió.

-¿Bromeas? Claro que era importante. Pensé que te lo había dicho... Pensé que lo sabías.

Al ver mi reacción, se acercó a mí y me abrazó. Permanecí inmóvil.

-¡Ay, cuánto lo siento, Will! Realmente no sabía que fuera tan importante para ti -se disculpó-. Te juro que de haberlo sabido habría ido, perdóname.

Quería reclamarle, sin embargo, en el fondo sabía que todo el problema era mío. Pues, estando enamorado, si bien no esperaba ser más que un amigo, me había hecho la ilusión de ser uno muy cercano. Es cierto que, unos días atrás, ella misma me había dicho que me consideraba un amigo muy especial, pero eso fue porque eran evidentes las atenciones que le brindaba y mis esfuerzos por complacerla todo el tiempo. Ella había reconocido mi atención especial y yo no tenía derecho a exigirle nada más. Que ella me tratara de la misma manera nunca formó parte del convenio, por lo tanto, no podía culparla de nada. ¡Tonto de mí! Intenté jugar con mi corazón, y fue mi corazón el que jugó conmigo.

Ante sus disculpas, fingí satisfacción. Caminamos hasta el final del pasillo y me separé de ella para pasar al baño.

Cuando subí al autobús, todavía estaba prácticamente vacío.

Me detuve en la puerta. Observé que en la parte delantera estaba sentada Gabriela con una amiga. A su lado había un asiento vacío. Sara estaba sentada en la parte trasera, sola, mirando a través del cristal.

A pesar de la decepción que sentía, tenía un fuerte impulso de aprovechar la oportunidad de sentarme junto a Gabriela y permanecer con ella durante la excursión. Sin embargo no podía seguir actuando de la misma manera. Sabía lo que debía hacer.

Avancé por el autobús dispuesto a llegar al fondo, pero mientras pasaba por el asiento de Gabriela, ella me sostuvo de la muñeca.

-Will, ven, siéntate conmigo -dijo-. Este asiento está desocupado.

La mención de mi nombre llamó la atención de Sara. Miró en nuestra dirección desde el fondo y, al notar que Gabriela sostenía mi brazo, volvió a dirigir su vista a la ventana, poniendo sobre sus piernas la pequeña mochila con la que había estado guardándome el asiento junto a ella.

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now