En medio de la noche, brilla la luna

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Con mi guitarra eléctrica a la espalda, iba camino a casa de Sara. Sentía el estómago revuelto a causa de los nervios. Había llegado el día. Sería mi primera vez cantando y tocando junto al grupo de alabanza en un concierto.

Había imaginado ese momento innumerables veces y de mil maneras diferentes en las que podía ocurrir. Ya había planeado cada movimiento que ejecutaría durante mi participación y me encontraba impaciente por ver cómo resultarían las cosas en realidad.

Al llegar a casa de Sara toqué la puerta. Su abuela no tardó en abrir.

–Buenas tardes. Vengo a buscar a Sara. Ya es hora de irnos al concierto.

–Espera un momento, William. Iré a ver si ya está lista.

Dicho esto, se adentró en la casa dejando la puerta entreabierta. Apoyé mi mano derecha en el marco de la puerta de madera y empecé a golpearlo con mis dedos rápida y repetitivamente. Miré mi reloj de pulsera deseando encontrar las manecillas en el mismo lugar en el que las había visto cinco minutos antes. Lógicamente, no fue así. Poco después, la abuela de Sara abrió la puerta nuevamente.

–Sara todavía se está arreglando el cabello. –abrió la puerta un poco más y extendió su mano hacia adentro invitándome a entrar–. Pasa, ella saldrá en un momento.

–No, está bien. No se preocupe. En realidad tengo un poco de prisa así que mejor dígale que tuve que irme primero, ¿sí?

–Está bien, William. Que te vaya bien en el concierto.

–Gracias.

Descendí los escalones hasta la calle y continué mi camino.

En realidad había exagerado un poco respecto a mi tardanza. Aunque había tratado de engañarme a mí mismo con aquella excusa, lo cierto era que deseaba llegar solo a casa de Gabriela. Solo imaginaba cuan entusiasmada estaría y lo especial que sería aquel momento que pasaríamos juntos. Al terminar el concierto ella me recibiría emocionada con un fuerte abrazo y, al salir, la invitaría a comer algo y la acompañaría hasta su casa. Estaba decidido a ser el mejor de sus amigos, mucho más luego de haberme enterado que las cosas con su novio no iban muy bien.

Apenas unos pocos días atrás había descubierto mis sentimientos hacia ella. En aquel momento mi primera reacción fue alejarme de Gabriela y de aquel sentimiento, pues, como no era cristiana, sabía que lo nuestro no debía ser.

Pasé el siguiente día evitando hablarle y acercarme a ella. Como en el primer día de clases, sin que lo notara, permanecí a sus espaldas observándola en silencio, como un fantasma.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no quería dejar de aferrarme a aquel sentimiento. Por más que me alejara de Gabriela, en mi interior me resistía a renunciar a lo que sentía por ella. Entonces, pensé que tal vez no había nada de malo en darle rienda suelta a mi corazón y dejar que se entregara a aquella sensación que me hacía percibir la vida de una forma distinta, y que llenaba de drama, color y un aroma inusual cada escena de mi historia. ¿Qué podía haber de malo en ello? Siempre y cuando estuviera consciente de que lo nuestro no llegaría a ser algo real, no había ningún problema en seguir soñando, ¿verdad?

Llegué a casa de Gabriela y, luego de revisar que mi apariencia se encontrara en total orden, toqué la puerta. Un joven de unos 23 años abrió.

–Buenas tardes. ¿Se encuentra Gabriela?

–¿Gabriela? No, ella no está.

–¿No está? –pregunté.

–No. Está en casa de su primo –desvió la mirada y acarició su barbilla, parecía haber llegado alguna idea a su cabeza repentinamente–. Aunque, ahora que recuerdo, llamó hace como media hora y dijo que iría al cine, así que no creo que vuelva hasta dentro de un par de horas.

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now