Asesina y egoísta

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–William, ¿podrías venir un momento? –dijo la maestra al finalizar la clase.

Mientras los demás alumnos recogían sus cosas y salían del aula, me aproximé al escritorio la maestra.

–¿Sí, profesora?

–William, el 15 de abril será el festival de arte que la escuela organiza cada año –dijo–. Estuve hablando con la maestra encargada de tu sección y ambas coincidimos en que sería bueno que participaras en la actividad.

–¿Yo? ¿Participar en la actividad? ¿Por qué? –pregunté extrañado y temeroso.

–¿Qué sucede? ¿Tienes pánico escénico o algo así?

–Realmente no, pero… –Intenté hallar alguna excusa para evadir aquella responsabilidad. Por desgracia, no encontré ninguna que fuera convincente.

–William, tanto tu encargada como yo creemos que eres un joven con mucho potencial, pero eres demasiado tímido y tiendes a mantenerte al margen de todo. El año escolar pronto acabará, por eso pensamos que sería bueno para ti que intentaras integrarte por lo menos a esta actividad.

Me mantuve pensativo un momento.

–¿Qué debo hacer? –pregunté.

–Puedes preparar alguna presentación artística, ya sea un poema, una canción, una obra de teatro o cualquier otra; o si lo prefieres, puedes unirte a algún otro grupo que vaya a participar. ¿Qué dices? ¿Te animas?

–Bueno, veré qué puedo hacer –contesté no muy a gusto con la idea.

–Bien. Luego me dices en qué consistirá tu participación.

Concluida la conversación con la maestra, me dirigí a la salida. Mientras atravesaba el patio, vi a Gabriela sentada sobre un pequeño muro en un lugar apartado. No había nadie más a la vista. Ese día en particular, a nuestra sección le tocó salir más tarde que las demás, por lo que, llegado el momento de la partida, todos habían abandonado rápidamente el instituto.

Con los antebrazos apoyados en las piernas, Gabriela acariciaba con su pie a un gato que descansaba echado frente a ella. Parecía triste, y aquella no era la primera vez que me daba esa impresión.

Me dirigí hacia ella pero, tras unos pocos pasos, me detuve.

Habían pasado cerca de tres meses desde la excursión al zoológico. Como un último recurso para que me tomara en serio, aquel día tomé la decisión de empezar a ignorarla. Pensé que, al notar mi indiferencia, Gabriela querría saber el porqué de mi actitud y me daría la oportunidad de hablarle de las cosas que me habían molestado. No obstante, pasó toda una semana y no pareció ni siquiera haberse dado cuenta. De esa forma entendí que no valía la pena seguir intentando ser su amigo, pues claramente ella no tenía ni el más mínimo interés. Fue así como tomé la decisión de olvidarla por completo.

Desde esa vez, había logrado que mis sentimientos hacia ella se debilitaran hasta casi haberse extinguido. Sin embargo, debo admitir que no fue tarea fácil; pues, aunque mi mente siempre estuvo muy dispuesta a hacerlo, el resto de mí todavía estaba habituado a aquel sentimiento.

Empecé eliminando el contacto visual. Estaba acostumbrado a concurrir los lugares donde sabía que podría verla, así que tuve que cambiar mi rutina. Si sabía que ella se encontraba en el patio me quedaba en el pasillo, y si sabía que ella estaría en el pasillo pasaba el receso en el patio. Me forcé a dejar de verla y así me ayudé a borrar su imagen de mi mente.

Luego, me deshice de las ilusiones. Al momento en que comenzaba a pensar en ella o a planificar cómo actuaría la próxima vez que nos viéramos a fin de parecerle atractivo, desvanecía esos pensamientos citando las cosas que no me agradaban de ella o las razones por las que lo nuestro no debía ser. Pronto me daba cuenta de que aquella persona perfecta con la que soñaba despierto bajo el nombre y la identidad de Gabriela, no era más que un producto de mi imaginación.

Poco a poco logré desacostumbrarme de mis sentimientos hacia ella, y tenía la esperanza de que en poco tiempo ya ni siquiera me hiciera falta seguir tomando tales medidas. Sin embargo, por temor a que se deshiciera el avance que había logrado, me mantenía alejado.

Retrocedí los pasos que había dado en dirección a Gabriela y seguí mi camino pensando que el desánimo que creía haber visto en ella posiblemente era solo producto de mi imaginación, un último recurso de mi corazón por hacerme revivir el sentimiento que ya se encontraba a punto de desaparecer.


De camino a casa pasé de largo por la calle en la que vivía Jonathan. Recordé que llevaba un tiempo deseando hablar con él, pero desde que habíamos ido a visitar a Laura al hospital no había tenido la oportunidad ni siquiera de acercármele. Parecía estar evadiéndome.

No comprendía del todo lo que había pasado con él aquel día. Aunque entendía lo duro que había sido para él el haber perdido a su hija, me parecía muy extraña la manera en que había abandonado el hospital sin decir nada, y también la manera en que había estado evitando hablar conmigo desde entonces, y sobre todo con Laura. Incluso había dejado de trabajar en la tienda de su tío y de esforzarse en los estudios. Lo único que hacía era salir con algunos amigos del vecindario hasta muy tarde en la noche.

Dejé de caminar por un momento y, luego de pensarlo unos segundos, retrocedí y doblé la esquina que daba con la calle de su casa. Las clases habían acabado hacía unos pocos minutos, así que imaginé que, si iba en ese momento, probablemente lo encontraría allí.

Entré al edificio, subí las escaleras hasta el segundo piso y toqué la puerta. Jonathan abrió.

–Hola. ¿Puedo pasar?

Jonathan dudó antes de responder.

–Claro –contestó finalmente con un tono de voz insípido.

Dejando la puerta abierta, Jonathan se echó sobre el sofá que estaba en la sala y tomó un tazón con palomitas de maíz que había dejado sobre la pequeña mesa de cristal que se encontraba frente al televisor. Entré y tomé asiento en una silla que estaba junto al sofá.

–Ha sido imposible hablar contigo últimamente –dije–: He intentado hablarte en la escuela, pero desapareces en los recesos; he llamado a tu celular y te he enviado mensajes, pero no contestas; y cada vez que he intentado venir o llamar al teléfono nunca estás en casa.

–He estado ocupado –contestó.

–Oh, ya veo.

Miré alrededor mientras buscaba la manera de entrar en la conversación que él parecía haber estado evitando todo ese tiempo.

–Laura me dijo... que no te ha vuelto a ver desde su accidente –dije.

Jonathan permaneció en silencio sin apartar la vista del televisor, tomando algunas palomitas y llevándolas a su boca ocasionalmente.

Al ver que Jonathan no tenía la intención de responder nada, intenté adivinar la razón por mi cuenta.

–Si es por su padre...

–No, no es por su padre –interrumpió–. Simplemente no he tenido deseos de verla; y para serte sincero no creo que los vaya a tener nunca.

–¿Por qué? ¿Acaso crees que fue su culpa haber perdido el bebé?

–¿Y tú no? –respondió.

–Jonathan, no hables de esa forma. Sabes que fue un accidente.

Jonathan rió y luego me miró a los ojos.

–¿Accidente? ¡Cómo no!... No puedo creer que todos ustedes hayan creído semejante estupidez –dijo meneando la cabeza de un lado a otro.

–¿De verdad crees que fue su culpa?

–No, no "creo" que fue su culpa; "fue" su culpa. Estoy seguro de que lo hizo intencionalmente.

–Jonathan, ella resbaló, la hallaron al pie de las escaleras. ¿Cómo puedes pensar que fue intencional? Ella  ha estado sufriendo esto tanto como tú, tal vez más.

–¡Por favor, Will! –Estalló, poniendo el tazón de palomitas sobre la mesa sin ningún cuidado–. ¡Es obvio que lo hizo a propósito! Ella nunca quiso tener a la bebé. Repetía constantemente que el haber quedado embarazada solo había destruido su vida. Era evidente que odiaba el hecho tener a esa niña en su vientre. ¡No quería tenerla! ¿Por qué crees que nunca quiso nombrarla? Se refería a ella como si ni siquiera fuera un ser vivo. Lo más probable es que se dejó caer por las escaleras para abortar a la niña y, al parecer, todo resultó tal y como lo  planeó.

»No se detuvo a pensar en mí ni siquiera un segundo. Todo el tiempo pensaba en ella nada más. No es más que una asesina y una egoísta. Ella también está muerta para mí.

Cuando Jonathan terminó de hablar permanecí en silencio unos segundos. Recordaba como Laura repetía ser alguien horrible e indigna de perdón cuando la visité en el hospital. Me pareció que Jonathan podría tener razón, y que probablemente debido a eso Laura había expresado tanta culpa y dolor en aquel momento.
Sin embargo, ella había mostrado estar muy arrepentida ese día, e incluso había decidido entregarle su vida a Jesús desde entonces. Había comenzado a cambiar de actitud y a visitar  nuevamente la iglesia, según parecía, con la sincera intención de acercarse a Dios. Aun si Jonathan se encontraba en lo cierto, no podía dejar las cosas se quedaran en esa situación.

–Jonathan...

–Si tienes alguna otra cosa de qué hablar, adelante –me interrumpió–; pero si vas a insistir en hablarme de Laura, ahí está la puerta.

En ese instante se escucharon pasos en la escalera del exterior. La madre de Jonathan había llegado del trabajo.

La señora me saludó afectivamente mientras dejaba su bolso en una silla. Luego se dirigió a la cocina para servirse un poco de agua.

–¿Quieres tomar agua o un poco de jugo, Will? –preguntó.

–No, gracias –contesté sin apartar mi mirada de Jonathan–. De todos modos ya me iba.

Me levanté de la silla, tomé mi mochila y me dirigí hacia la puerta.

–Que pasen una buena tarde –me despedí.

Abrí la puerta y miré a Jonathan. Recordé cómo antes solía acompañarme hasta la puerta y despedirse de mí con un peculiar saludo de mejores amigos que habíamos inventado, pero en esa ocasión no parecía tener intención de hacer ninguna de las dos cosas.
Crucé el umbral y entonces, ya estando a punto de cerrar, él apareció de repente sosteniendo la puerta.

–Aguarda. Te acompañaré abajo –dijo con expresión seria.

Lo que dicta el corazónOnde histórias criam vida. Descubra agora