Nubes de tormenta

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–¿Que me había ido con Gabriela?

–Te vi alejarte con ella por el pasillo –aclaró Sara.

–Bueno, solo la ayudé con su mochila hasta la salida, nada más.

–Ya veo –contestó.

Sin decir una sola palabra más, Sara caminó hacia el portón de salida. La seguí.

Aunque no parecía tan molesta por el hecho de que había intentado irme sin ella, Sara permaneció en silencio gran parte del camino. Me preguntaba qué estaría pensando, pero no me atrevía a decir nada.

Entonces, mientras cruzábamos una intersección con una pendiente decidí hablarle. Abrí los labios, pero antes de poder articular palabra alguna algo robó mi atención: Un chico que descendía en bicicleta por la pendiente sin prestar atención al camino, se acercaba a nosotros a toda velocidad.

–¡Cuidado! –grité alarmado para avisar a Sara, quien continuaba caminando sin percatarse del peligro.

Sara miró en mi dirección intentando entender el motivo de mi alarma. Se había detenido justo en la trayectoria de la bicicleta. Sin pensarlo dos veces, extendí la mano y tiré de su brazo para evitar que fuera arrollada.

Aquel chico, que a última hora nos había visto en el camino, intentó esquivarnos, sin embargo la bicicleta pasó tan cerca de Sara que enganchó su mochila y la desprendió de su hombro arrojándola hacia el suelo.

A punto de perder el control de la bicicleta, el joven desaceleró cuidadosamente hasta detenerse completo, y luego volteó hacia nosotros.

–¡Lo siento, yo...! ¿Will? –dijo al reconocerme.

Al mirar su rostro me di cuenta de que se trataba de Jonathan. Aún llevaba el uniforme del instituto.

Jonathan y yo habíamos hecho las paces después de que Álex me sugirió hacerlo, sin embargo, no había vuelto a conversar con él desde entonces.

Me acerqué para recoger la mochila de Sara.

–Lo siento –volvió a disculparse mientras levantaba la mochila del suelo–, por lo general no suele haber nadie por aquí a estas horas. De todos modos debí tener más cuidado.

–No hay problema –contesté.

Luego de haber sacudido el polvo de la mochila, Jonathan me la entregó.

–¿Adónde ibas con tanta prisa? –pregunté–. ¿Olvidaste algo en la escuela?

–No, es que olvidé que debía pasar por la biblioteca a pedir prestados algunos libros que necesitaré para el lunes –contestó.

–¿Y por qué la prisa? Es jueves. La biblioteca estará abierta hasta el sábado al mediodía.

–Es que los fines de semana estoy trabajando en una de las tiendas de mi tío, así que debo avanzar lo más que pueda con las tareas entre hoy y mañana –contestó.

Jonathan no solía ser alguien muy estudioso, ni mucho menos  preocupado por su futuro, por lo que su repentino cambio de actitud me causó curiosidad.

–He notado que estás muy ocupado últimamente –dije.

–Sí, es que... ¿Recuerdas lo que me dijiste la otra vez: que parecía estar muy despreocupado con lo del embarazo de Laura? Bueno, estuve pensando y me di cuenta de que a pesar de que era cierto que no podía hacer mucho, realmente estaba actuando muy irresponsablemente. Así que hablé con mi tío y él me ofreció empleo. El salario no da para mucho, pero él me prometió que si me esforzaba y me aplicaba en mis estudios, me pondría a cargo de una de sus tiendas cuando estuviera preparado. Si eso sucede, podré mantener a mi hija y darle una buena educación. Por eso me estoy esforzando lo más que puedo. Quiero ser un buen padre para mi hija.

Lo que dicta el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora